LA NUEVA ALIANZA
“Esta es la sangre de la alianza que hace el
Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos” (Éx 24,8). Moisés rocía a las
gentes de su pueblo con la sangre de las vacas ofrecidas en sacrificio. Con ese
rito se ratifica el pacto que el Señor le había ofrecido.
Dios se presenta a su pueblo como el
liberador. Lo ha sacado de la esclavitud que estaba padeciendo en Egipto y lo
ha puesto en el camino de la libertad. Los mandamientos del Decálogo no eran
una imposición arbitraria. Señalaban la tarea humana que respondía al don
divino. Aceptado esos valores y realizando ese ideal, el pueblo sería
verdaderamente libre.
En el salmo responsorial se unen el
cáliz de la salvación para dar gracias a Dios y el deseo de cumplir las
promesas que se han hecho al Señor (Sal 115).
Los cristianos creemos que no somos salvados por la sangre de los cabritos y los becerros ofrecidos en sacrificio. Solo la sangre de Cristo purifica nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, para que podamos servir al Dios vivo (Heb 9,11-15).
EL PAN DE LA COMUNIÓN
Después de cantar la hermosa secuencia
propia de esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, leemos el evangelio
en el que se recuerda la cena en la que Jesús había decidido celebrar la Pascua
con sus discípulos. Mientras comían, tomó un pan, pronunció la bendición y se
lo entregó; diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo” (Mc 14,12-16,22-26).
• En aquellas horas en las que Jesús se
preparaba para concluir su camino terrenal, el pan venía a significar el signo sacramental
de su entrega por nosotros y por nuestra salvación.
• En este momento concreto de nuestra
historia personal y social, el pan de la eucaristía es el signo sacramental que
significa y realiza su presencia entre nosotros.
• Por consiguiente, el pan eucarístico nos ha de comprometer a cada uno de nosotros para que intentemos realizar la comunión fraternal entre todos nosotros.
LA SANGRE DE LA ENTREGA
Junto al pan que entregó a sus
discípulos, también la sangre aparece en el relato evangélico que se proclama
en esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Tomando una copa, Jesús pronunció
la acción de gracias y se la pasó, diciendo: “Esta es mi sangre, sangre de la
alianza, derramada por todos”.
• Ante el tribunal de Pilato, los
judíos pidieron a gritos que la sangre de Jesús cayera sobre ellos y sobre sus
hijos. Era una forma de hacerse responsables de aquella condena a muerte que
pedían al procurador. Nosotros creemos que en esa sangre está nuestra
salvación.
• Los soldados quebraron las piernas de
los bandidos crucificados junto a Jesús. A él, con una lanza le traspasaron el
pecho. Y de él brotaron la sangre y el agua, que serían recordadas como
anticipo de los sacramentos y de la gracia que en ellos se nos concede.
En esta celebración del cuerpo y de la
sangre de Cristo hacemos memoria de su generosa entrega por nosotros,
celebramos su presencia en la eucaristía y anunciamos ya la gloria del banquete
eterno.
- Señor Jesucristo, te reconocemos presente en el pan vivo que ha bajado del cielo para nosotros y en el vino que nos recuerda el precio de tu sangre. Hoy te rogamos que nos ayudes a venerarte siempre en la eucaristía. Y te prometemos entregarnos en el servicio a nuestros hermanos en memoria tuya. Amén.
José-Román Flecha Andrés