EL SUEÑO DE EUROPA
Al
parecer, las elecciones de los eurodiputados no suelen suscitar mucho interés
entre los ciudadanos de los países miembros de la Unión Europea.
Sin
embargo, estas elecciones son más importantes de lo que habitualmente se
piensa. En primer lugar, están en juego
los dineros y las ayudas que pueden y deben repartirse para llevar a cabo los
muchos proyectos que se están desarrollando en los diversos países.
En
segundo lugar, todos sabemos que hay una normativa y unas leyes que pueden
determinar a corto y largo plazo algunas opciones muy importantes, relativas al
ser y al estar de las personas. Leyes que pueden afectar al respeto a la vida y
al modo de vivirla.
Y,
en tercer lugar, la elección de nuestros representantes nos invita a recordar y
repensar el origen, la identidad la finalidad de la misma Unión Europea.
Los
padres que la soñaron tenían la dramática experiencia de la segunda guerra mundial
y deseaban un futuro de paz, de concordia y hermandad para los países que se
habían visto tan cruelmente enfrentados.
Para
lograrlo, pensaron primeramente en el control del carbón y del acero. De su producción
dependía la carrera de armamentos por parte de unos y de otros. Después vieron
la necesidad de poner en práctica un control de la gestión de la energía nuclear.
De
aquellos proyectos iniciales se pasaría ulteriormente a la articulación de un
mercado común. Y después, a la propuesta de una unión comunitaria, con atisbos
de alianza federal. Una unión que había de estar marcada por el deseo y el
compromiso de la convivencia y del diálogo.
Eran
aquellos unos pasos apoyados en la fuerza de la esperanza, aunque frenados a
veces por una evidente exigencia de paciencia. Pero la utopía podía hacerse
realidad. Una paz para Europa y una Europa para la paz. Un diálogo para Europa
y una Europa del diálogo. Unos valores para Europa y una Europa de los valores.
Los
padres de aquel proyecto inicial, al soñar una bandera para Europa, fijaron sus
ojos en la vidriera del ábside de la catedral de Estrasburgo. Por encima de la
imagen de la Virgen María, sobre un fondo azul, destacaban las doce estrellas
doradas de la visión del Apocalipsis. Eso había de ser.
Algunos
pretenden olvidar la idea. Pero la bandera de la Unión Europea es más que una
enseña con referencias simplemente geográficas y políticas. Es una invitación constante
a amar de verdad esta tierra que es la nuestra, sin dejar de mirar al cielo,
que también ha de ser nuestro.
En este tiempo de difícil convivencia, que Santa María nos ayude a rememorar el pasado con un corazón agradecido, a pensar el presente con inteligencia y a soñar para Europa un futuro de paz, de hermandad y de esperanza.
José-Román Flecha Andrés