HIJO DEL ALTÍSIMO
“Cuando tus días se hayan cumplido y te
acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de
tus entrañas y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él
será hijo para mí”. Tras el perdón que Dios concede al rey David, esa es la
promesa de futuro que le transmite el profeta Natán (2Sam 7,12.14).
Así
es. Dios quiere estar con el rey David y le promete plantar a su pueblo en el
territorio y asegurar la paz a su reino. Además, por medio del profeta Natán,
Dios prometía la estabilidad de la dinastia davídica. De hecho, ya a corto
plazo, se comprometía a reconocer como hijo al futuro desciente del rey.
Esa promesa reaparece en el salmo
responsorial de la misa de este último domingo del Adviento (Sal 88). El Dios
clemente y misericordioso se muestra
fiel a su alianza.
Según san Pablo, ante esa muestra de la providencia de Dios solo es posible darle gloria por Cristo Jesús, que es la revelación definitiva del misterio mismo de Dios (Rom 16,25-27).
EL TRONO DE DAVID
El evangelio de este domingo cuarto del
Adviento recuerda el relato de la anunciación del ángel Gabriel a una doncella
de Nazaret (Lc 1,26-38). Junto a la profecía de Isaías y el mensaje de Juan el
Bautista, María es la figura más importante del Adviento. En ella se hace
realidad la antigua profecía de Natán al rey David:
• “Darás a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús”. El hijo de María trae al mundo la salvación, como lo indica su
nombre, que significa: “Dios es Salvador”.
• “Se llamará Hijo del Altísimo”. El hijo de María será hijo de Dios. En él se encuentran lo humano y lo divino, el
pecado y el perdón, la necesidad y la dádiva.
• “El Señor Dios le dará el trono de
David su padre”. El hijo de María pertenece a la dinastía real. Pero su reino
supera al reino de David. En él se cumple la alianza de Dios.
Al celebrar con alegría el nacimiento de Jesús, sabemos y proclamamos que estamos asistiendo al cumplimiento de las antiguas profecías.
LA NOVEDAD PARA EL MUNDO
En la historia de Israel se menciona a
algunas mujeres que se decían estériles y, sin embargo, habían dado a luz a patriarcas
como Isaac, o jueces como Sansón o Samuel. Las palabras que el ángel dirige a
María evocan las memorias de aquellos personajes.
• “El santo que va a nacer se llamará
hijo de Dios”. Ahora bien, el niño que va a nacer de María es más importante que
todos los antiguos héroes. Él puede ser llamado el Santo por excelencia. De
hecho, él será la fuente y el modelo de toda santidad.
• “El santo que va a nacer se llamará
hijo de Dios”. Ese niño “va a nacer” en un lugar y en un tiempo concreto. No
había sido soñado ni programado. No había sido imaginado por los antiguos
profetas. Él es la gran noticia y la gran novedad para el mundo.
• “El santo que va a nacer se llamará
hijo de Dios”. El niño que anuncia el ángel Gabriel es ciertamente hijo de
María de Nazaret. Pero con toda razón Dios lo llamará hijo suyo. Él revelará al
mundo el nombre y el amor de su Padre celestial.
- Señor y Dios nuestro, nosotros hoy te damos gracias por habernos enviado a tu Hijo como nuestro Salvador. Creemos que él nos ha revelado tu amor y tu misericordia. Si lo aceptamos con fe, tendremos la esperanza de poder vivir en el amor. Bendito seas, Señor.
José-Román Flecha Andrés