JUAN, O LA VOZ EN EL DESIERTO
Su nacimiento había estado rodeado por
un halo de misterio. Sirviendo en el templo, Zacarías se encuentra un día en el
templo con el ángel del Señor. El temor
y el gozo se suceden en el breve diálogo inicial. El ángel del Señor le anuncia
el nacimiento de un hijo, siempre deseado y nunca conseguido:
"Será grande ante el Señor. No
beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su
madre y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del
Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con
sus hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos, y para
preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1,14-17).
Su madre, Isabel, vive la alegría de una
maternidad inesperada. Y el nacimiento de un niño que es causa de sorpresa para
todos.
Es difícil aportar más detalles para
presentar su futura misión. A los rasgos típicos que describían la vida
consagrada del nazir o nazoreo, se une la evocación de Elías,
el gran profeta de la unicidad y la majestad de Dios. Y eso es lo que había de
ser: en el desierto, junto al Jordán o en la mazmorra.
De su historia anterior interesan tan
sólo dos rasgos. En primer lugar, el mismo nombre con el que ya lo había
designado el ángel del Señor. Había de llamarse Juan, es decir, “el Señor es
favorable”.
Además, se recuerda que, lleno del
Espíritu Santo, su padre profetizó: "Tú, niño, serás llamado profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para
anunciar a su pueblo la salvación, por medio del perdón de los pecados" (Lc 1,76-77).
Después,
se recuerda un dato inolvidable sobre su crecimiento: "El niño iba
creciendo y se fortalecía en su interior.
Y se añade que vivió en el desierto
hasta el día de su manifestación a Israel (Lc 1,80). El desierto no sería solo su escenario. Sería
el ambiente de su vida y el signo mismo de su misión.
Juan era sincero y su vida reflejaba la verdad
de su mensaje. Eran muchos los que acudían a él. Estaban insatisfechos y
aguardaban la manifestación de Dios. De Dios o del misterio. De Dios o de su
voz. De Dios o de su Mesías. De Dios o de su liberación. Él no era la meta de
aquella peregrinación.
El mensaje de Juan no se limitaba a
exigir un cambio de actitudes morales. Él anunciaba al Mesías. No se
consideraba digno de llevar las sandalias del que vendría detrás de él (Jn
1,19-27). Anunciaba al que había de venir. Al que ya no bautizaría con agua
sino con viento, es decir con el Espíritu de Dios.
Hay en los labios de Juan un testimonio profético:
"Éste es aquel de quien yo dije: El que viene detrás de mí ha sido
colocado por delante de mí, porque existía antes que yo”. Esa era su fe. Y esa es la fe de los
seguidores de Jesucristo.
José-Román Flecha Andrés