1Jn 4,11-18: “Si nos amamos unos a
otros, Dios permanece en nosotros”
Mc 6,45-52: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis
miedo!”.
ENERO 9
En aquel tiempo, Jesús hizo que sus
discípulos subieran a la barca, para que llegaran antes que él a la otra orilla
del lago, a Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y cuando la hubo
despedido, se fue al monte a orar. Al llegar la noche, la barca ya estaba en
medio del lago. Jesús, que se había quedado solo en tierra, vio que remaban con
dificultad porque tenían el viento en contra. De madrugada fue Jesús hacia
ellos andando sobre el agua, pero hizo como si quisiera pasar de largo. Ellos,
al verle andar sobre el agua, pensaron que era un fantasma y gritaron, porque
todos le vieron y se asustaron. Pero él les habló en seguida, diciéndoles:
“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Subió a la barca y se calmó el viento.
Ellos se quedaron muy asombrados, porque no habían entendido el milagro de los
panes y aún tenían la mente embotada.
Preparación:
El
relato evangélico de la multiplicación de los panes y de los peces nos hacía
ver hasta qué punto son necesarios los discípulos de Jesús para aliviar los
males de este mundo. El relato siguiente nos dice hasta qué punto es necesario
Jesús para que sus discípulos puedan superar los peligros y los miedos.
Lectura: • En la primera carta de Juan se nos dice
que “Dios es amor”. Todos los creyentes deseamos amarle y ser amados por él.
Ahora bien, la prueba de esta relación de amor y de confianza es más fácil de
lo que se pudiera pensar. El mismo escrito añade a continuación: “Si nos amamos
unos a otros, Dios permanece en nosotros”. • En la barca de la sociedad y de la
Iglesia navegamos todos juntos. Pero con demasiada frecuencia lo que nos
mantiene unidos no es el amor sino el temor al peligro. Aun así, es necesario
invocar con humildad la ayuda del Señor y escuchar esa voz que nos ofrece
confianza: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Meditación: Como los primeros discípulos de Jesús,
también nosotros tenemos a veces el viento en contra. Son muchas las
dificultades que se oponen al ejercicio de nuestra fe. Hemos de ser conscientes
de que la fe no nos ahorra los peligros de este mundo. Somos débiles y con
mucha frecuencia nos domina el miedo. Sabemos que Jesús se retiraba al monte a
orar. La fe motiva nuestra oración y nos dice que podemos fiarnos del Señor.
Todos podríamos exclamar como Santa Teresa de Jesús: “¡Oh Señor mío, aquí es
menester vuestra ayuda, que sin ella no se puede hacer nada”. Él nos ofrece su paz, aun en medio de las tormentas.
Oración:
Señor,
creemos que tú vas con nosotros en la barca. Tendremos que afrontar muchos
peligros, pero contamos contigo para llegar a buen puerto.
Contemplación:
De
nuevo el Mar de Galilea es hoy el lugar de nuestra peregrinación espiritual. Y
el de nuestra contemplación. Pero en esta ocasión, el mar embravecido nos
recuerda nuestra debilidad. Y los peligros a los que podemos quedar expuestos.
Que nos ayude la convivencia en la misión, y la oración por la que invocamos la
ayuda del Señor.
Acción:
Evocamos
hoy esos momentos en los que nos hemos visto en peligros para la salud, la
integridad personal o la vida. Recordemos si en esos momentos hemos confiado en
el Señor. Y pensemos también si hemos ayudado a otras personas a recobrar su
confianza en el Señor.
José-Román Flecha Andrés