Eclo
24,1-2.8-12: “Yo salí de la boca del Altísimo y cubrí la tierra como
bruma”.
Ef
1,3-6.15-18: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo os dé sabiduría
espiritual”
Jn 1,1-18:
“Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla”.
Enero 4
En el
principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y
era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas
las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la
vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no han podido apagarla. Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios
envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos
creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio
de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo.
Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo
por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio
mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron
en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de
Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha
engendrado. Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno
de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único
recibió del Padre. Juan dio testimonio de él diciendo: “A éste me refería yo
cuando dije que el que viene después de mí es más importante que yo, porque
existía antes que yo”. De sus grandes riquezas, todos hemos recibido bendición
tras bendición. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad
se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el
Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, nos lo ha
dado a conocer.
Preparación: Con ser tan
bello, el misterio de la Navidad no se puede contener solamente en nuestros
graciosos “belenes”, llenos de tradición, de arte y de ternura. El misterio de
la Natividad del Señor nos lleva una y otra vez a recibir la Palabra de Dios.
Ese misterio abarca la historia entera, remece nuestra comprensión de Dios y
del hombre. Y, por supuesto, ha de orientar nuestra oración de cada día.
Lectura: El libro
del Eclesiástico recoge hoy el elogio que la sabiduría hace de sí misma. Creada
por Dios desde el principio, no cesará jamás. Según la carta a los Efesios,
también nosotros hemos sido elegidos antes de la creación del mundo para ser
santos e irreprochables por el amor. Para ello necesitamos que Dios nos conceda
el don de sabiduría para conocerle e ilumine los ojos de nuestro corazón para
comprender la esperanza a la que nos llama. Esos son los dones que esperamos de
la Palabra eterna de Dios que, según el principio del evangelio de Juan, se ha
hecho carne y habita entre nosotros como luz para todos los hombres.
Meditación: En el
prólogo al evangelio de Juan sobresalen tres afirmaciones inolvidables sobre la
Palabra eterna de Dios que se ha hecho terrena y cercana a quienes la
escuchan: • “En la palabra había vida”.
No podemos vivir de verdad si no prestarmos una atención cordial y comprometida
a la palabra de Dios. • “La Palabra era
la luz verdadera”. Es impensable tratar de vivir con claridad si no nos dejamos
guiar humildemente por la luz del Señor. • “La palabra se hizo carne”. Es
lamentable vivir colgados de una idea sin dejarnos interpelar por el realismo
de la presencia de Jesucristo en nuestra vida.
Oración: Señor
Jesús, Palabra de Dios, que has decidido habitar para siempre entre nosotros,
permítenos caminar guiados por ti, para que nuestra vida sea luminosa y podamos
dar a nuestros hermanos un testimonio creyente y creible de tu luz. Amén.
Contemplación: Recordemos
hoy, con ánimo agradecido los versos con los que comienza uno de los famosos
romances de San Juan de la Cruz: “En el principio moraba el Verbo y en Dios
vivía, en quien su felicidad infinita poseía. El mismo Verbo Dios era, que el
principio se decía. Él moraba en el principio y principio no tenía. Él era el
mesmo principio; por eso de él carecía”. • La memoria de la sabiduría de Dios
ha de librarnos de nuestra altanería. • La contemplación de la Palabra eterna
de Dios ha de relativizar la importancia que damos a nuestras huecas palabras.
Acción: Según san Jerónimo,
“desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”. Hoy debemos reflexionar sobre
la importancia que concedemos a la palabra de Dios. Dios nos habla de muchas
formas, como recuerda el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la
Sagrada Liturgia (SC 7). Pero hemos de leer con asiduidad la Sagrada Escritura,
como nos dice también el Concilio en la constitución sobre la Divina Revelación
(DV 25).
José-Román Flecha Andrés