domingo, 4 de enero de 2015

LECTIO DIVINA-DOMINGO 2ª SEMANA DESPUÉS DE NAVIDAD. B


Eclo 24,1-2.8-12: “Yo salí de la boca del Altísimo y cubrí la tierra como bruma”.  
Ef 1,3-6.15-18: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo os dé sabiduría espiritual” 
Jn 1,1-18: “Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla”.

Enero 4

En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla. Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo. Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado. Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre. Juan dio testimonio de él diciendo: “A éste me refería yo cuando dije que el que viene después de mí es más impor­tante que yo, porque existía antes que yo”. De sus grandes riquezas, todos hemos recibido bendición tras bendición. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, nos lo ha dado a conocer.

Preparación: Con ser tan bello, el misterio de la Navidad no se puede contener solamente en nuestros graciosos “belenes”, llenos de tradición, de arte y de ternura. El misterio de la Natividad del Señor nos lleva una y otra vez a recibir la Palabra de Dios. Ese misterio abarca la historia entera, remece nuestra comprensión de Dios y del hombre. Y, por supuesto, ha de orientar nuestra oración de cada día.

Lectura: El libro del Eclesiástico recoge hoy el elogio que la sabiduría hace de sí misma. Creada por Dios desde el principio, no cesará jamás. Según la carta a los Efesios, también nosotros hemos sido elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables por el amor. Para ello necesitamos que Dios nos conceda el don de sabiduría para conocerle e ilumine los ojos de nuestro corazón para comprender la esperanza a la que nos llama. Esos son los dones que esperamos de la Palabra eterna de Dios que, según el principio del evangelio de Juan, se ha hecho carne y habita entre nosotros como luz para todos los hombres.

Meditación: En el prólogo al evangelio de Juan sobresalen tres afirmaciones inolvidables sobre la Palabra eterna de Dios que se ha hecho terrena y cercana a quienes la escuchan:  • “En la palabra había vida”. No podemos vivir de verdad si no prestarmos una atención cordial y comprometida a la palabra de Dios.  • “La Palabra era la luz verdadera”. Es impensable tratar de vivir con claridad si no nos dejamos guiar humildemente por la luz del Señor. • “La palabra se hizo carne”. Es lamentable vivir colgados de una idea sin dejarnos interpelar por el realismo de la presencia de Jesucristo en nuestra vida.

Oración: Señor Jesús, Palabra de Dios, que has decidido habitar para siempre entre nosotros, permítenos caminar guiados por ti, para que nuestra vida sea luminosa y podamos dar a nuestros hermanos un testimonio creyente y creible de tu luz. Amén.

Contemplación: Recordemos hoy, con ánimo agradecido los versos con los que comienza uno de los famosos romances de San Juan de la Cruz: “En el principio moraba el Verbo y en Dios vivía, en quien su felicidad infinita poseía. El mismo Verbo Dios era, que el principio se decía. Él moraba en el principio y principio no tenía. Él era el mesmo principio; por eso de él carecía”. • La memoria de la sabiduría de Dios ha de librarnos de nuestra altanería. • La contemplación de la Palabra eterna de Dios ha de relativizar la importancia que damos a nuestras huecas palabras.


Acción: Según san Jerónimo, “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”. Hoy debemos reflexionar sobre la importancia que concedemos a la palabra de Dios. Dios nos habla de muchas formas, como recuerda el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la Sagrada Liturgia (SC 7). Pero hemos de leer con asiduidad la Sagrada Escritura, como nos dice también el Concilio en la constitución sobre la Divina Revelación (DV 25).
                                                                                        José-Román Flecha Andrés