miércoles, 24 de diciembre de 2014

LECTIO DIVINA-SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. B


Is 52,7-10: “Toda la tierra verá la victoria de nuestro Dios”
Hb 1,1-6: “Dios nos ha hablado por su Hijo”
Jn 1,1-18: “La Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad”.

DICIEMBRE 25

En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla. Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo. Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado. Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre. Juan dio testimonio de él diciendo: “A este me refería yo cuando dije que el que viene después de mí es más impor­tante que yo, porque existía antes que yo”. De sus grandes riquezas, todos hemos recibido bendición tras bendición. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, nos lo ha dado a conocer.

Preparación: En este día de la Natividad del Señor nuestra atención se inclina espontáneamente  a meditar los textos de San Lucas que se leen en la misa de medianoche y en la misa de la aurora. Recordamos los versos de Luis de Góngora: “Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno. ¡Qué contento que está el heno, pues ha caído sobre él”. Nos atrae el relato del nacimiento de Jesús, el anuncio del ángel a los pastores y el camino que les lleva hasta el pesebre donde encuentran al Niño.

Lectura: Sin embargo, la misa del día nos ofrece la clave del  misterio del nacimiento de Jesús. En Jesús adoramos y acogemos a la Palabra de Dios que se ha hecho visible. Esa Palabra es nuestro alimento y nuestra luz. La carta a los Hebreos nos recuerda que de muchas formas ha hablado Dios a los hombres. Finalmente nos ha hablado por medio de su Hijo. La Sabiduría eterna de Dios se ha acercado definitivamente a los hombres. La Palabra de Dios se ha hecho carne y ha plantado su tienda en el campamento humano. La Palabra de Dios es luz que ilumina el camino humano.  En este día ponemos especialmente nuestra atención en una frase:  “Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla”.

Meditación: Hoy nos preguntamos qué dificultades invoca nuestro mundo para ignorar o despreciar la luz de la Palabra de Dios. Pero nos preguntamos también por qué razones o sinrazones la olvidamos nosotros. Con todo, en este día nos alegramos y gozamos por el nacimiento de Jesús. Con los versos de López Ranjel, que retoma la Liturgia de las Horas para esta solemnidad, exclamamos: “Hoy grande gozo en el cielo todos hacen, porque en un barrio del suelo nace Dios. ¡Qué gran gozo y alegría tengo yo!”

Oración: “Señor todopoderoso, concede a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu. Amén”.

Contemplación: Nuestra contemplación recibe hoy una especial inspiración de San Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia: “¡Bendito sea tal niño y tan provechoso como éste! Comencemos vida nueva pues el Niño la comienza. ¡Que te vea yo, Rey mío, en el  lugar más bajo, en un pesebre, y que quiera yo ser honrado! ¡Que te vea yo pobre y que quiera ser rico! ¿Qué trabajéis vos por mí y descanse yo? Yo seré vuestro compañero. Con vos me quiero ir, pues que vais por mis negocios. ¡Enhorabuena nazcáis! ¡Enhorabuena se ponga el Hijo de Dios en el pesebre para mi remedio y para enseñar el amor que nos tiene!”

Acción: Miremos a nuestro alrededor. Prestemos atención a las personas que tienen dificultades para vivir hoy la alegría de la Natividad del Señor. Y oremos por todos los que no han llegado a vislumbrar la luz que brota de su Palabra.
                                                                               José-Román Flecha Andrés