Is
25,6-10a: “Preparará el Señor un festín”
Mt
15,29-37: “Me da lástima de la gente”
DICIEMBRE
3
Jesús,
saliendo de allí, se fue a la orilla del lago de Galilea; luego subió al monte
y se sentó. Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos,
mancos, mudos y otros muchos enfermos; los ponían a los pies de Jesús y él los
sanaba. De modo que la gente estaba asombrada al ver que los mudos hablaban,
los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y todos
alababan al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Siento
compasión de esta gente, porque ya hace tres días que están aquí conmigo y no
tienen nada que comer. No quiero enviarlos en ayunas a sus casas, no sea que
desfallezcan por el camino”. Sus discípulos le dijeron: “Pero ¿cómo encontrar
comida para tanta gente en un lugar como este, donde no vive nadie?”. Jesús les
preguntó: “¿Cuántos panes tenéis?”. “Siete y unos pocos peces” -le contestaron.
Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y
los peces y, habiendo dado gracias a Dios, los partió, se los dio a sus
discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar
satisfechos, y todavía llenaron siete canastas con los trozos sobrantes.
Preparación: En su
exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco ha escrito: “Existe
alimento para todos; el hambre se debe a la mala distribucón de los bienes y de
la renta… y a la práctica generalizada del desperdicio” (EG 191). El profeta Isaías había anunciado una
fiesta para todos los pueblos. Dios mismo les prepararía un festín de manjares
suculentos en el monte Sión. En el colmo de la alegría todos los pueblos
exclamarían: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara”.
Lectura: El
evangelio de hoy nos dice que Jesús
cumple ese anhelo de la humanidad. Él viene a saciar nuestra hambre. En Él está
la salvación que esperaban los pueblos. Aunque sea escandalosa la injusticia
del mundo, el evangelio nos ayuda a
mirar a la multitud con ojos de compasión, como hizo Jesús. Las gentes le
buscaban porque necesitaban alivio para sus males y luz para el camino. También
hoy nuestro corazón está hambriento de verdad, de bondad y de belleza. Pero
Jesús se compadece de nosotros. Y pide a sus discípulos que aprendan de él esa
primera lección de la compasión. Y eso piden también a los discípulos de hoy.
Meditación: Jesús es la
revelación última y definitiva de la compasión de Dios. Esa es la gran lección
del relato evangélico. En su carta encíclica “Salvados en esperanza”, el papa
Benedicto XVI recuerda unas hermosas palabras de San Bernardo: “Dios no padece,
pero se compadece”. Esa es una pauta para nuestra conducta. No podemos despedir
a las gentes sin un gesto de misericordia. Si no hemos aprendido a
compadecernos del hambre de nuestros hermanos es que no hemos prestado una
atención sincera y responsable a la vida y al mensaje de Jesucristo.
Oración: Señor
Jesús, tú eres la imagen de Dios, que es compasivo y misericordioso. Y nosotros
estamos llamados a imitar ese modelo de vida.
Que nunca ignoremos el lamento de nuestros hermanos. Que no endurezcamos
el corazón a las necesidades de todos nuestros hermanos.
Contemplación: Siempre nos
referimos a este hecho evangélico llamándolo la “multiplicación de los panes y
los peces”. Hoy contemplamos a Jesús suscitando entre sus seguidores toda una
ola de generosidad. Aunque sea criticada constantemente, la Iglesia ha escuchado la voz de Jesús y se
ha acercado a los que sufren. Contemplemos también en ella la imagen de la
misericordia de nuestro Dios.
Acción: El papa Francisco nos
pide repetidamente que nos acerquemos a las “periferias existenciales” de la
humanidad. La esperanza del Adviento nos lleva hoy a compartir nuestro pan con
el hambriento. Y nuestra fe con los que buscan un sentido para sus vidas.
José-Román Flecha Andrés