domingo, 21 de diciembre de 2014

LECTIO DIVINA-LUNES 4ª SEMANA DE ADVIENTO.B


1Sa 1, 24-28: “Este niño pedía yo y Dios me ha concedido la petición”
Lc 1,46-56: “Dios tiene siempre misericordia de quienes le honran”. 

DICIEMBRE 22

En aquel tiempo María dijo: “Mi alma alaba la grandeza del Señor. Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y  desde ahora me llamarán dichosa; porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. ¡Santo es su nombre! Dios tiene siempre misericordia de quienes le honran. Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Ayudó al pueblo de Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo con misericordia. Así lo había prometido a nuestros antepasados, a Abraham y a sus futuros descendientes”. María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa”.

Preparación: En las vísperas de la Navidad la liturgia nos presenta la figura de María. Como dice San Agustín,  “la Palabra de Dios se hizo vida en su vientre, porque antes se había hecho verdad en su mente”. Por ella nos ha venido la vida. Por ella nos llega la esperanza y el Esperado. 

Lectura: La primera lectura recuerda la entrañable figura de Ana. Ana sube cada año al santuario de Silo y con lágrimas y oraciones pide al Señor que le conceda un hijo. El sacerdote se burla de ella pero, al fin, le promete el hijo que ella desea. Una vez nacido el niño, lo presenta al Señor y lo deja en el santuario. El cántico de Ana es una alabanza a Dios y una confesión de su poder, que humilla a los altaneros y ensalza a los humildes.  Muy semejante es el canto que María entona al llegar a la casa de Zacarías e Isabel. Su gratitud no sólo se centra en su propia maternidad, sino que recuerda las maravillas que Dios ha realizado con su pueblo. También María confiesa que ante Dios nadie puede presumir de grandeza. Dios abate a los poderosos y ensalza a los pobres y desvalidos. Ambas mujeres anuncian un reino muy diferente a todos los reinos de la tierra.

Meditación: María ha recibido del ángel la Buena Noticia del nacimiento del Salvador. También ha sabido del embarazo de su pariente Isabel. Y tiene el acierto de vincular ambas noticias. La primera no ha de ser silenciada. Y la segunda noticia la pone en camino por las sendas que en otro tiempo había recorrido el Arca de la Alianza. Su memoria le dice que Dios ha salvado con frecuencia a su Pueblo. Y su fe empuja a María a llevar a casa de Zacarías e Isabel la buena noticia de la salvación. Ella es la evangelizada,  que, a su vez,  se convierte en evangelizadora.  María es el icono de la Iglesia, llamada a salir a los caminos “sin demoras, sin asco y sin miedo” (Papa Francisco, Exhortación “La alegría del Evangelio”, 23).

Oración: “Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra”.

Contemplación: En este día también nosotros peregrinamos hasta las montañas de Judá para contemplar la visita de María a su pariente Isabel. Escuchamos el canto de alegría que María entona para alabar al Señor. También nosotros compartimos con María la alegría de  esperar a Jesús como el Salvador. Creemos y confesamos que por Él nos ha ofrecido Dios la salvación. En él se nos hace visible cada día nuestra dignidad de hijos amados por Dios. Con Él, por Él y en Él damos gloria y alabanza a Dios. Y con San Bernardo nos dirigimos a María, diciendo: “Por medio de ti podamos llegar a tu Hijo, oh bendita Virgen, que hallaste la gracia, Madre de la vida, Madre de la salud, para que por ti nos reciba el que por ti se nos dio a nosotros”.

Acción: Hoy nos preguntamos si hay en torno a nosotros algunas personas humildes e ignoradas que necesitan nuestras atención y una rehabilitación institucional. Escuchando el canto de María,  nos preguntamos si nuestros cantos religiosos lo son de verdad. Con María, queremos olvidar nuestra fácil sensiblería, para cantar la grandeza y la misericordia de Dios. 

                                                                       José-Román Flecha Andrés