lunes, 5 de mayo de 2014

LECTIO DIVINA- MARTES 3ª SEMANA DE PASCUA-A


Hch 7,51-8,1a
Jn 6,30-35
En aquel tiempo dijeron los judíos a Jesús: “¿Y qué señal puedes darnos para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Dios les dio a comer pan del cielo.’” Jesús les contestó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo”. Ellos le pidieron: “Señor, danos siempre ese pan”. Y Jesús les dijo: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”.

Preparación: “Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad”. Así se quejaba el pueblo de Israel (Éx 16, 2-4.12-15). Es una queja airada e injusta contra Moisés y Aarón. El desierto es soledad y austeridad. El desierto es hambre y sed. Y una sensación de abandono y orfandad que lleva a los peregrinos a preguntarse si Dios se cuida de ellos. Pero el maná que aparece en la mañana es la señal de que Dios es el Señor. Su Señor.

Lectura: Ante el Sanedrín, Esteban recuerda la muerte de Jesús. Y él mismo muere haciendo suyas las actitudes y la oración de su Maestro. Continúa la lectura del discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. El evangelio pone en boca de Jesús una de esas frases con las que se nos revela su ser y su misión: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre”. Jesús es el pan que sostiene nuestro diario vivir. Nos alimenta ya con el ejemplo de su vida, entregada al servicio de los pobres y los humildes. Nos alimenta con sus palabras, nacidas de la honda y eterna verdad de la que vino a dar testimonio. Y nos alimenta con su presencia-eucaristía,  memoria de su entrega y de su pascua.

Meditación: “El que viene a mí no pasará hambre”. ¡Ir a él! No es posible detenerse, después de saber dónde está el horno del pan. Bien conocía  Jesús nuestra insatisfacción. Ni los tesoros ni los honores pueden calmar nuestra hambre. Para saciar nuestro apetito de amor y de esperanza, hemos de ir a él. El Papa Francisco ha escrito en su exhortación La alegría del Evangelio  (n. 265): “A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno”.

Oración: Señor Jesús con demasiada frecuencia hemos confundido nuestra satisfacción con la felicidad. Pero tú conoces nuestra hambre. Nada puede saciarla fuera de ti y de tu Palabra de vida y de esperanza.  Señor, danos siempre de ese pan. Amén.

Contemplación: “Señor, danos siempre ese pan”. También hoy el evangelio de Juan nos presenta cuatro palabras sobre las que gira el mensaje de Jesús: el maná, el pan del cielo, el hambre y la sed. • El maná fue el don de Dios para los hebreos que caminaban por el desierto, pero Jesús es el alimento para el nuevo éxodo. • El maná aparecía en la tierra. Pero el verdadero pan de Dios ha bajado del cielo y da la vida al mundo. • El hambre y la sed de cada día encuentran satisfacción en los alimentos y en la bebida. • Pero solo Jesús puede calmar para siempre el hambre y la sed de quienes buscan a Dios.


Acción: Preguntarnos con qué frecuencia nos dirigimos a Jesucristo para rogarle que calme nuestra hambre de sentido y nuestra sed de eternidad.
                                                                          José-Román Flecha Andrés