Hch 2,14.22-23
En aquel tiempo Pedro, puesto en pie junto con los
otros once apóstoles, dijo con voz fuerte: “Judíos y todos los que vivís en
Jerusalén, sabed esto y oíd bien lo que os voy a decir: Como bien sabéis, Jesús
de Nazaret fue un hombre a quien Dios acreditó ante vosotros haciendo por medio
de él grandes maravillas, milagros y señales. Sin embargo, a ese hombre, que
fue entregado conforme a los planes y propósitos de Dios, vosotros lo
matasteis, crucificándolo por mano de hombres malvados”.
1Pe 1,17-21
Si llamáis “Padre” a Dios, que juzga a cada cual
según sus hechos y sin hacer diferencia entre unas personas y otras, debéis
mostrarle reverencia durante todo el tiempo que viváis en este mundo. Pues Dios
os ha rescatado de la vida sin sentido que heredasteis de vuestros antepasados;
y sabéis muy bien que el costo de este rescate no se pagó con bienes
corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo,
ofrecido en sacrificio como un cordero sin defecto ni mancha. Cristo había sido
destinado para esto desde antes de la creación del mundo, pero en estos tiempos
últimos ha aparecido para vuestro bien. Por medio de Cristo, vosotros creéis en
Dios, el cual le resucitó y le glorificó; así, vuestra fe y vuestra esperanza
están puestas en Dios.
Lc 24,13-35
Dos
de los discípulos se dirigían aquel mismo día a un pueblo llamado Emaús, a unos
once kilómetros de Jerusalén. Iban hablando de todo lo que había pasado.
Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar
a su lado. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle. Jesús les
preguntó: “¿De qué venís hablando por el camino?”. Se detuvieron tristes, y uno
de ellos llamado Cleofás contestó: “Seguramente tú eres el único que, habiendo
estado en Jerusalén, no sabe lo que allí ha sucedido estos días”. Les preguntó:
“¿Qué ha sucedido?”. Le dijeron: “Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta
poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de
los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a
muerte y lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él fuese el
libertador de la nación de Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces.
Sin embargo, algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado,
pues fueron de madrugada al sepulcro y no encontraron el cuerpo; y volvieron a
casa contando que unos ángeles se les habían aparecido y les habían dicho que
Jesús está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo
encontraron todo como las mujeres habían dicho, pero no vieron a Jesús”. Jesús
les dijo entonces: “¡Qué faltos de comprensión sois y cuánto os cuesta creer todo
lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas
antes de ser glorificado?”. Luego se puso a explicarles todos los pasajes de
las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y
siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo adonde se
dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante; pero ellos le obligaron a
quedarse, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está
haciendo de noche”. Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos. Cuando estaban
sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios,
lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a
Jesús; pero él desapareció. Se dijeron el uno al otro: “¿No es cierto que el
corazón nos ardía en el pecho mientras nos venía hablando por el camino y nos
explicaba las Escrituras? Sin
esperar a más, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde
encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos. Éstos
les dijeron: “Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”.
Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo
reconocieron a Jesús al partir el pan.
Preparación:
Ya había sido descubierto el sepulcro vacío. Ya las mujeres habían
inquietado a la pequeña comunidad, diciendo que no se encontraba el cuerpo de
Jesús. Ya corrían los rumores. Pero ellos habían tomado ya su decisión de
alejarse de Jerusalén. Hoy muchos se parecen a Cleofás y el otro discípulo. Han
perdido la fe. Y no buscan más razones ni más pruebas. Simplemente se alejan.
Lectura:
Los dos discípulos que caminan hacia Emaús son alcanzados por otro
caminante. Un forastero que parece ignorar todo lo que ha ocurrido en
Jerusalén. A los peregrinos se les escapa una frase muy significativa:
“Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. He ahí una de
las claves del relato. El camino de Emaús es la confesión de una fe demasiado
terrena y de una esperanza frustrada. Pero los discípulos todavía conservan la
capacidad para escuchar y aceptar una corrección. También hoy el peregrino
acepta compartir con nosotros los alimentos que apenas pueden calmar nuestra
hambre. Entre sus manos, el pan adquiere el significado de la vida que él nos ha
dado con su palabra y que esperamos compartir con él para siempre.
Meditación:
Hoy hacemos nuestras las palabras del Papa Francisco en su exhortación
La Alegría del Evangelio (n. 266):
“No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo; no es lo mismo
caminar con él que caminar a tientas; no es lo mismo poder escucharlo que
ignorar su Palabra; no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en
él que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su
Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”.
Oración:
Señor, “tú que eres esperanza del que sufre, tú que eres tierno con el
que te ruega, tú que eres bueno con el que te busca, ¿Qué no serás con el que
al fin te encuentra?”
Contemplación:
Hoy contemplamos a Jesús, sentado a la mesa con nosotros. Y
reflexionamos sobre nuestra experiencia de fe. En el camino de Emaús nos
encontramos cuando huimos de la comunidad de los creyentes, pero también cuando
regresamos a ella con la experiencia del encuentro con el Señor. En el camino
de Emaús compartimos nuestra desilusión, pero también recobramos la luz de la
fe y la grandeza de la esperanza. En el camino de Emaús olvidamos la primera
vocación, pero también reconocemos la voz del Señor que nos interpela desde las
Escrituras santas.
Acción:
Como hizo Jesús con los discípulos de Emaús, procuremos nosotros
entablar un diálogo de fe con las personas que comparten nuestro camino de
vida.
José Román Flecha Andrés