sábado, 3 de mayo de 2014

LECTIO DIVINA -3er DOMINGO DE PASCUA-A





Hch 2,14.22-23
En aquel tiempo Pedro, puesto en pie junto con los otros once apóstoles, dijo con voz fuerte: “Judíos y todos los que vivís en Jerusalén, sabed esto y oíd bien lo que os voy a decir: Como bien sabéis, Jesús de Nazaret fue un hombre a quien Dios acreditó ante vosotros haciendo por medio de él grandes maravillas, milagros y señales. Sin embargo, a ese hombre, que fue entregado conforme a los planes y propósitos de Dios, vosotros lo matasteis, crucificándolo por mano de hombres malvados”.
1Pe 1,17-21
Si llamáis “Padre” a Dios, que juzga a cada cual según sus hechos y sin hacer diferencia entre unas personas y otras, debéis mostrarle reverencia durante todo el tiempo que viváis en este mundo. Pues Dios os ha rescatado de la vida sin sentido que heredasteis de vuestros antepasados; y sabéis muy bien que el costo de este rescate no se pagó con bienes corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, ofrecido en sacrificio como un cordero sin defecto ni mancha. Cristo había sido destinado para esto desde antes de la creación del mundo, pero en estos tiempos últimos ha aparecido para vuestro bien. Por medio de Cristo, vosotros creéis en Dios, el cual le resucitó y le glorificó; así, vuestra fe y vuestra esperanza están puestas en Dios.
Lc 24,13-35
Dos de los discípulos se dirigían aquel mismo día a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban hablando de todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle. Jesús les preguntó: “¿De qué venís hablando por el camino?”. Se detuvieron tristes, y uno de ellos llamado Cleofás contestó: “Seguramente tú eres el único que, habiendo estado en Jerusalén, no sabe lo que allí ha sucedido estos días”. Les preguntó: “¿Qué ha sucedido?”. Le dijeron: “Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él fuese el libertador de la nación de Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces. Sin embargo, algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro y no encontraron el cuerpo; y volvieron a casa contando que unos ángeles se les habían aparecido y les habían dicho que Jesús está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres habían dicho, pero no vieron a Jesús”. Jesús les dijo entonces: “¡Qué faltos de comprensión sois y cuánto os cuesta creer todo lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?”. Luego se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante; pero ellos le obligaron a quedarse, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está haciendo de noche”. Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos. Cuando estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Se dijeron el uno al otro: “¿No es cierto que el corazón nos ardía en el pecho mientras nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras? Sin esperar a más, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos. Éstos les dijeron: “Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan.
  
Preparación: Ya había sido descubierto el sepulcro vacío. Ya las mujeres habían inquietado a la pequeña comunidad, diciendo que no se encontraba el cuerpo de Jesús. Ya corrían los rumores. Pero ellos habían tomado ya su decisión de alejarse de Jerusalén. Hoy muchos se parecen a Cleofás y el otro discípulo. Han perdido la fe. Y no buscan más razones ni más pruebas. Simplemente se alejan.

Lectura: Los dos discípulos que caminan hacia Emaús son alcanzados por otro caminante. Un forastero que parece ignorar todo lo que ha ocurrido en Jerusalén. A los peregrinos se les escapa una frase muy significativa: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. He ahí una de las claves del relato. El camino de Emaús es la confesión de una fe demasiado terrena y de una esperanza frustrada. Pero los discípulos todavía conservan la capacidad para escuchar y aceptar una corrección. También hoy el peregrino acepta compartir con nosotros los alimentos que apenas pueden calmar nuestra hambre. Entre sus manos, el pan adquiere el significado de la vida que él nos ha dado con su palabra y que esperamos compartir con él para siempre.

Meditación: Hoy hacemos nuestras las palabras del Papa Francisco en su exhortación La Alegría del Evangelio  (n. 266): “No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo; no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas; no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra; no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en él que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”.

Oración: Señor, “tú que eres esperanza del que sufre, tú que eres tierno con el que te ruega, tú que eres bueno con el que te busca, ¿Qué no serás con el que al fin te encuentra?”

Contemplación: Hoy contemplamos a Jesús, sentado a la mesa con nosotros. Y reflexionamos sobre nuestra experiencia de fe. En el camino de Emaús nos encontramos cuando huimos de la comunidad de los creyentes, pero también cuando regresamos a ella con la experiencia del encuentro con el Señor. En el camino de Emaús compartimos nuestra desilusión, pero también recobramos la luz de la fe y la grandeza de la esperanza. En el camino de Emaús olvidamos la primera vocación, pero también reconocemos la voz del Señor que nos interpela desde las Escrituras santas.

Acción: Como hizo Jesús con los discípulos de Emaús, procuremos nosotros entablar un diálogo de fe con las personas que comparten nuestro camino de vida.
                                                                                         José Román Flecha Andrés