viernes, 30 de mayo de 2014

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO. 8

DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN

Durante mucho tiempo se ha acusado a la fe cristiana de alienar a los creyentes y de alejarlos de las reales necesidades del pueblo. En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (EG), el Papa Francisco desmiente esa acusación al afirmar que “en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros”  (EG 177). 
Nuestra fe en el Dios trinitario promueve el amor al prójimo, la fraternidad y la justicia y nos lleva a ejercer el servicio de la compasión que comprende, asiste y promueve a la persona (EG 178-179). Pablo VI y Benedicto XVI nos han exhortado a ser fieles al Reino de Dios y promover el desarrollo integral “para todos los hombres y para todo el hombre”. La esperanza cristiana mira a un futuro absoluto, pero siempre genera historia (EG 180-181).
La Iglesia se siente obligada a concretar en la práctica los grandes principios sociales (EG 182). La razón es sencilla: la fe no puede relegarse al ámbito de la intimidad de las personas. “Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” (EG 183). A eso nos ayuda la Doctrina Social de la Iglesia.

LA SOLIDARIDAD Y EL HAMBRE

El Papa evoca los textos bíblicos que nos llevan a escuchar el clamor de los pobres y a socorrerlos (EG 187). Esta escucha no es una misión reservada a unos pocos como Francisco de Asís o Teresa de Calcuta. Todos estamos llamados a cooperar para resolver las causas estructurales de la pobreza, para promover el desarrollo integral de los pobres y hacernos solidarios con las miserias que encontramos cada día (EG 188).
La solidaridad se ha puesto de moda hace unos años, pero a veces se la entiende como un sentimiento pasajero. El Papa Francisco la evoca en una frase que puede resultar sorprendente: “La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde” (EG 189).
Hay quien se cree dueño de la tierra. El Papa recuerda en primer lugar que “el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad” (EG 190. Y después afirma que “existe alimento para todos; el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta…y de la práctica generalizada del desperdicio” (EG 191.

EL CLAMOR DE LOS POBRES

Ahora bien la solidaridad no se limita a asegurar a todos la comida. Para que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno, como escribía Juan XXIII, hay que promover la educación, el acceso al cuidado de la salud y a un trabajo libre, creativo, participativo y solidario, dotado de un salario justo (EG 192).
Evoca el Papa los textos evangélicos que nos exhortan a escuchar el clamor de los pobres (EG 193-195), pone ante nuestros ojos la vergonzosa alienación del consumo (EG 196) y nos recuerda que “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre” (EG 197).
Por ello puede repetir una frase que ha hecho famosa: “Quiero una iglesia pobre para los pobres” (EG 198). Las comunidades cristianas, los ambientes académicos, las fuerzas del mercado, los políticos y los economistas (EG 199-208), todos están llamados a prestar atención a las nuevas formas de pobreza y cuidar la fragilidad humana (EG 209-210).
Esa fragilidad se revela hoy en los nuevos esclavos, en las mujeres maltratadas, en los niños por nacer, y aun en el conjunto de la creación (EG 211-215). “Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (EG 216). 
José-Román Flecha Andrés
Publicado en la revista “Mensajero Seráfico”