DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN
Durante mucho tiempo se ha
acusado a la fe cristiana de alienar a los creyentes y de alejarlos de las
reales necesidades del pueblo. En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (EG), el Papa
Francisco desmiente esa acusación al afirmar que “en el corazón mismo del
Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (EG 177).
Nuestra fe en el Dios
trinitario promueve el amor al prójimo, la fraternidad y la justicia y nos
lleva a ejercer el servicio de la compasión que comprende, asiste y promueve a
la persona (EG 178-179). Pablo VI y Benedicto XVI nos han exhortado a ser
fieles al Reino de Dios y promover el desarrollo integral “para todos los
hombres y para todo el hombre”. La esperanza cristiana mira a un futuro
absoluto, pero siempre genera historia (EG 180-181).
La Iglesia se siente
obligada a concretar en la práctica los grandes principios sociales (EG 182).
La razón es sencilla: la fe no puede relegarse al ámbito de la intimidad de las
personas. “Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista- siempre
implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar
algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” (EG 183). A eso nos ayuda la
Doctrina Social de la Iglesia.
LA SOLIDARIDAD Y EL HAMBRE
El Papa evoca los textos
bíblicos que nos llevan a escuchar el clamor de los pobres y a socorrerlos (EG
187). Esta escucha no es una misión reservada a unos pocos como Francisco de
Asís o Teresa de Calcuta. Todos estamos llamados a cooperar para resolver las causas
estructurales de la pobreza, para promover el desarrollo integral de los pobres
y hacernos solidarios con las miserias que encontramos cada día (EG 188).
La solidaridad se ha puesto
de moda hace unos años, pero a veces se la entiende como un sentimiento
pasajero. El Papa Francisco la evoca en una frase que puede resultar
sorprendente: “La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y
acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la
solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le
corresponde” (EG 189).
Hay quien se cree dueño de
la tierra. El Papa recuerda en primer lugar que “el planeta es de toda la
humanidad y para toda la humanidad” (EG 190. Y después afirma que “existe
alimento para todos; el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y
de la renta…y de la práctica generalizada del desperdicio” (EG 191.
EL CLAMOR DE LOS POBRES
Ahora bien la solidaridad no
se limita a asegurar a todos la comida. Para que tengan prosperidad sin
exceptuar bien alguno, como escribía Juan XXIII, hay que promover la educación,
el acceso al cuidado de la salud y a un trabajo libre, creativo, participativo
y solidario, dotado de un salario justo (EG 192).
Evoca el Papa los textos
evangélicos que nos exhortan a escuchar el clamor de los pobres (EG 193-195),
pone ante nuestros ojos la vergonzosa alienación del consumo (EG 196) y nos
recuerda que “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres,
tanto que hasta Él mismo se hizo pobre” (EG 197).
Por ello puede repetir una
frase que ha hecho famosa: “Quiero una iglesia pobre para los pobres” (EG 198).
Las comunidades cristianas, los ambientes académicos, las fuerzas del mercado,
los políticos y los economistas (EG 199-208), todos están llamados a prestar
atención a las nuevas formas de pobreza y cuidar la fragilidad humana (EG
209-210).
Esa fragilidad se revela hoy
en los nuevos esclavos, en las mujeres maltratadas, en los niños por nacer, y
aun en el conjunto de la creación (EG 211-215). “Pequeños pero fuertes en el
amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados
a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (EG 216).
José-Román
Flecha Andrés
Publicado en la revista “Mensajero Seráfico”