viernes, 30 de mayo de 2014

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO. 6

EL PREDICADOR Y EL PUEBLO DE DIOS

En el capítulo tercero de su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (EG), el Papa Francisco dedica un amplio espacio a la homilía. En primer lugar, por ser ésta “la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo”. Y, en segundo lugar, porque la predicación de la homilía “puede ser una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento”  (EG 135).  
La proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia es muy importante. De hecho, constituye un verdadero diálogo entre Dios y su pueblo. Ahora bien, la homilía continúa y profundiza ese diálogo. Por eso, “el que predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto” (EG 137). 
Es verdad que la homilía no puede ser un espectáculo entretenido, pero debe dar fervor y sentido a la celebración. En su brevedad ha de orientar a la asamblea y al predicador a una sincera comunión con Cristo en la Eucaristía, que transforme la vida.  La homilía recuerda al pueblo de Dios que la Iglesia le habla como una madre que habla a su hijo (EG 138-139).

FUEGO EN EL CORAZÓN

Los discípulos que habían caminado hasta  Emaús, después de compartir el pan con su acompañante, confiesan que al oír las palabras de Jesús habían sentido arder sus corazones. Toda celebración litúrgica es un diálogo entre Dios y su pueblo. El Papa dice que “el Señor se complace de verdad en dialogar con su pueblo y al predicador le toca hacerle sentir a su gente este gusto del Señor (EG 141).
Ahora bien, no todo el diálogo depende del predicador. También el pueblo de Dios tiene que poner algo de su parte. “Durante el tiempo que dura la homilía, los corazones de los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar a Él” (EG 143). Es más todo cristiano puede y debe continuar la homilía con la “lectio divina” o lectura espiritual de la Palabra y preguntarse qué le dice  a él ese texto bíblico (EG152-153).
Es verdad que el Señor y su pueblo se hablan de mil maneras, pero a través de la homilía la palabra de Dios se hace cercana y concreta. De hecho, el predicador “es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo” (EG 154). Ha de amar, conocer y estudiar la Palabra de Dios. Y ha de intentar descubrir las aspiraciones, las riquezas y los límites de la comunidad a la que se dirige.

MENSAJE DE ESPERANZA

En su exhortación “La Alegría del Evangelio” el Papa Francisco dirige al predicador un buen manojo de indicaciones muy concretas sobre la predicación. Por el respeto que merece, ha de dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral. Sería una irresponsabilidad no prepararse adecuadamente a tan alto ministerio (EG 145).
El predicador ha de acercarse a la Palabra de Dios con un corazón dócil y lleno de amor (EG 149). Además, “quien quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta”. Ha de “aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás” (EG 150).  
El predicador ha de esforzarse por decir mucho en pocas palabras, además, ha de usar imágenes atractivas, acompañadas de un lenguaje claro y sencillo. Y siempre, entregando su mensaje en un discurso lógico y ordenado (EG 156-158).
Pero, sobre todo, su lenguaje ha de ser positivo. El buen predicador no se limita a decir lo que no hay que hacer, sino que propone lo que se puede hacer mejor. “Una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad” (EG 159).
Esperemos que tanto el predicador como los fieles se esfuercen en colaborar, cada uno con su responsabilidad y sus carismas, para que la Palabra de Dios produzca buenos frutos  en los creyentes, en la Iglesia y en el mundo.
                                                                                                José-Román Flecha Andrés
Publicado en la revista “Mensajero Seráfico”