EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
En el capítulo tercero de su
exhortación apostólica La alegría del
Evangelio (EG), el Papa Francisco afronta la urgencia de anunciar el
Evangelio y proclamar de forma explícita que Jesús es el Señor.
Es importante señalar que
esta tarea corresponde a todo el pueblo de Dios, iluminado y alentado por la gracia.
“Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias
fuerzas” (EG 113). También los que se sientes solos pueden llegar a ser parte
de este pueblo, llamado a ser “fermento de Dios en medio de la humanidad” y “el
lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo puede sentirse acogido,
amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG
114).
PUEBLO DE DIOS Y CULTURAS
Ahora bien, el pueblo de Dios se encarna en
los pueblos de la tierra, dotados cada uno de su cultura, que, llegado el
momento, es fecundada por el Espíritu Santo con la fuerza transformadora del
Evangelio. De esa forma “el Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole
nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo rostro” (EG 116).
En este contexto, el Papa
subraya siete puntos importantes sobre la relación entre el Evangelio y la
cultura de los diversos países:
• “La diversidad cultural no
amenaza la unidad de la Iglesia”, sino que la enriquece.
• El mensaje cristiano no se
identifica con ninguna cultura concreta de antes o de ahora.
• Sacralizar vanidosamente
la propia cultura puede llevar a un fanatismo (EG 117).
• “Una sola cultura no agota
el misterio de la redención de Cristo” (EG 118).
• La cultura es dinámica y
se recrea continuamente, así que un pueblo recibe y transmite la fe con
expresiones siempre nuevas de piedad popular (EG 122-123).
• La piedad popular es fruto
del Evangelio inculturado y tiene una fuerza activamente evangelizadora que es
preciso alentar y fortalecer (EG 124-126).
• El anuncio del Evangelio a
la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas
y académicas” (EG 132).
DISCÍPULOS MISIONEROS
Ahora bien, el anuncio del
Evangelio ha sido confiado a todos los bautizados, en los que actúa la fuerza
santificadora del Espíritu (EG 119). Quien cree de verdad tiende a comunicar su
fe. Quien ha experimentado el amor de Dios, no puede menos de anunciarlo con
generosidad y alegría. “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha
encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).
Este anuncio puede ser
espontáneo, pero todos necesitamos crecer como evangelizadores. Para ello hace
falta, formación, profundización en el amor y un testimonio más claro del
Evangelio. Añade el Papa que “nuestra imperfección no debe ser una excusa; al
contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la
mediocridad y para seguir creciendo” (EG 121).
Es evidente que todos los
bautizados somos enviados a llevar el Evangelio a las personas con las que
tratamos. Seguramente muchos se preguntarán como pueden llevar a cabo esta
misión. El Papa n os anima a esa predicación informal que es una conversación
que tiene lugar en cualquier parte (EG 127).
Un diálogo en el que alguien
nos expresa sus alegrías, esperanzas o inquietudes, puede dar pie a una
presentación de la Palabra de Dios, leída o narrada, para recordar el amor
personal de Dios, que nos ofrece su salvación y su amistad.
Esta presentación ha de ir
subrayada por la fuerza del testimonio personal y a veces puede llevar a una
breve oración, que se conecte a las inquietudes o alegrías que la persona ha
manifestado. Evidentemente las formas de esta evangelización humilde y
respetuosa pueden ser tantas como las múltiples situaciones que la vida nos
presenta (EG 128-129).
Publicado en la revista “Mensajero Seráfico”