REVIVIR LA VIDA
Todos repetimos alguna vez
una exclamación que proclama “¡Cómo pasa el tiempo!”. Es esa una experiencia
universal. La vida fluye ante nosotros con rapidez. O más bien es nuestra vida
la que se representa con brevedad sobre el escenario del mundo, como tantas
veces ha reflejado la literatura universal.
Tal vez por eso siempre
intentamos “revivir” de alguna manera lo ya vivido. Pretendemos retener por un
momento más algunos de los acontecimientos que hemos presenciado con la ilusión
de prolongar así el instante fugaz de nuestro protagonismo.
Volver la vista atrás para
contemplar de nuevo los sucesos que han ido marcando el itinerario de nuestra
vida es un ejercicio que revela nuestra silueta personal. Al dar cuenta de los
hechos que han merecido nuestra atención, confesamos nuestros intereses. Pero
también desvelamos nuestras actitudes.
MIRAR AL PASADO
En efecto, podemos mirar el
pasado con desprecio y altanería. Podemos mirarlo también con humilde
serenidad y con gratitud. Siempre
deberíamos mirar el pasado con el ánimo de quien trata de aprender una lección.
“La historia es testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria,
maestra de la vida, mensajera de la vejez”, como decía Cicerón.
La crónica del tiempo pasado
debería ser siempre veraz y objetiva, nunca espinuda e hiriente. Hay una
crónica solemne que se deja escrita en soportes accesibles para que los hechos
adquieran una sobrevida dinámica y fecunda.
Pero hay también otra
crónica menuda y personal, pero cordial e intransferible. Al dar cuenta de los
hechos que ha presenciado, cada uno de nosotros, confiesa que ha vivido, como
decía Pablo Neruda en el título de sus Memorias.
Sin embargo, la memoria no
sirve de mucho si no revela nuestras personales preguntas y nuestras personales
esperanzas. Como ya subrayaba el maestro Pedro Laín Entralgo, “recordar” es
pasar los hechos del pasado por el filtro amable del corazón –cor-. Pero recordar sirve de poco si no
nos sentamos para acordar juntos, en sintonía del corazón –cor- los caminos que pueden hacernos más humanos.
DESAFÍOS DE LA TÉCNICA
Son ya innumerables los
desafíos que la técnica ha ido planteando a la Bioética en la primera década
del siglo XXI. “Parece que fue ayer”,
pero ya hace catorce años que comenzaba el “tercer milenio cristiano”, aunque
la última palabra fuera bien pronto mantenida bajo sordina.
En su ensayo sobre “el
cristianismo y la noción de progreso”, se refería Emmanuel Mounier al “buen
humor un tanto necio del último siglo”, es decir, del siglo XIX. Al comienzo
del siglo XX, muchas voces proclamaban a gritos la certeza de que el progreso
traería la paz y la felicidad a la humanidad.
Muy pronto estalló un estado
de pesimismo que venía avalado por las grandes guerras, los campos de
concentración y su alambre espinoso y las tensiones de una larga guerra fría,
que siempre parece retornar.
También el siglo XXI se veía
con un optimismo frívolo y efímero, como corresponde a la “era del vacío”,
analizada por Lipovetski. La fe en el progreso equivalía ahora a la confianza
ciega en la biotecnología y en las políticas sanitarias.
Evocar los hechos que han
ido jalonando el inicio del tercer milenio cristiano podría invitarnos a
ejercer la prudencia, que tanto tiene que ver con los siete dones del Espíritu
Santo. Si la verdad nos hace libres, como decía Jesús, el discernimiento de las
ofertas al uso nos hará un poco más humanos.
Pero, más que
los problemas, hemos de recordar a las personas que se veían implicadas en
ellos. Al prestarles nuestra atención cordial, nos preguntamos hasta qué punto
el dolor o los dilemas éticos por los que han pasado esas personas nos han
humanizado un poco más.
José-Román
Flecha Andrés