Hch 15,22-31
Jn
15,12-17
En
aquel tiempo dijo Jesús: “Mi mandamiento es éste: Que os améis unos a otros
como yo os he amado. No hay amor más grande que el que a uno le lleva a dar la
vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no
os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; os llamo amigos,
porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho. Vosotros no me
escogisteis a mí, sino que yo os he escogido a vosotros y os he encargado que
vayáis y deis mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre os dará
todo lo que le pidáis en mi nombre. Esto es, pues, lo que os mando: Que os
améis unos a otros”.
Preparación: “Donde hay caridad y amor, allí
está el Señor”. Muchas veces hemos cantado la belleza del amor fraterno. Muchas
veces hemos afirmado que el amor no es un sentimiento sino un compromiso.
Muchas veces hemos escuchado el mandamiento del Señor. Pero siempre tenemos que
pedirle con humildad que nos ayude a recordarlo y ponerlo en práctica.
Lectura: En la primera lectura se recuerda
la carta que los apóstoles enviaron a aquellos hermanos de Antioquia, de Siria
y de Cilicia que de la religión pagana habían pasado a la fe en Jesucristo. Es
un modelo de prudencia y de escucha al Espíritu Santo. En el evangelio se
agolpan cuatro grandes ideas de la vida cristiana: la amistad con Jesús, la
elección, el envío para dar fruto y la confianza en el Padre. Y todo ello
precedido y cerrado por el precepto del amor mutuo. El amor entre los hermanos
es como la antífona que abre y concluye el canto de los salmos.
Meditación: En su Comentario al Evangelio de San Juan, escribe San Agustín: “La
cumbre o plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, la definió el Señor
al decir: Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos”
(84,1). Jesús mismo entregó su propia vida por los que había elegido como
amigos. Y, con toda razón puede esperar que ellos sigan ese ejemplo. Tal vez no
se nos pida defender al hermano muriendo por él, pero siempre se nos pide ir
entregando la vida cada día por los que nos han sido confiados.
Oración: “Señor, danos una plena vivencia
del misterio pascual, para que la alegría que experimentamos en estas fiestas
sea siempre nuestra fuerza y nuestra salvación”. Amén.
Contemplación: Fijamos nuestra vista en Jesús y
le contemplamos en el momento en que nos recuerda que nos ha aceptado como
amigos. El Señor no quiere llamarnos siervos, “porque el siervo no sabe lo que
hace su señor”. No somos siervos de Jesús, porque nos sabemos amados por él y
porque le amamos. Pero tampoco somos siervos de nuestros hermanos. El amor nos
ha hecho pasar “de la servidumbre al servicio”. Nadie es más libre que quien se
entrega por amor. El mismo San Agustín comenta con agudeza: “Sirviendo, se deja
de ser siervos” (85,2).
Acción: Hoy nos preguntamos cómo y con qué
talante vamos entregando jirones de nuestra vida por amor a los hermanos. Es
una buena ocasión para revisar el pasado y mirar hacia el futuro.
José-Román Flecha Andrés