Hch 4,32-37
Jn 3,5a.7b-15
Jesús le dijo a Nicodemo: “Tenéis que nacer de
nuevo. El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su sonido, no sabes de dónde
viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu”. Nicodemo volvió
a preguntarle: “¿Cómo puede ser eso?”. Jesús le contestó: “¿Tú, que eres el
maestro de Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros hablamos de lo
que sabemos y somos testigos de lo que hemos visto; pero no creéis lo que os
decimos. Si no me creéis cuando os hablo de las cosas de este mundo, ¿cómo vais
a creerme si os hablo de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el
que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y así como Moisés levantó la serpiente
en el desierto, así también el Hijo del hombre ha de ser levantado, para que
todo el que cree en él tenga vida eterna”.
Preparación:
“Busco a quien murió por mí. Quiero hallar al que resucitó por nuestra
causa. Ante mí está el nacimiento. ¡Ojalá sea iluminado con una luz pura!
Cuando haya llegado allí seré por fin un hombre”. Así escribía San Ignacio de
Antioquía a los cristianos de Roma, mientras viajaba a la ciudad donde sabía
que le esperaba el martirio. Él había entendido lo que significa “nacer de
nuevo”.
Lectura:
En la primera lectura de la misa de hoy se inserta uno de los
“sumarios” que se encuentran en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En él se resume con vivos acentos la vida
ejemplar de las primeras comunidades de los fieles, discípulos de Jesucristo.
En el Evangelio continúa el coloquio de Jesús con Nicodemo. El fariseo no puede
entender qué significa nacer del Espíritu. La contraposición del “nosotros” al
“vosotros” refleja las discusiones de esas primeras comunidades cristianas con
los miembros del judaísmo. Hasta cuatro veces se insiste en la necesidad de
“creer” en el Hijo del hombre.
Meditación:
Es evidente que los primeros cristianos no reducen su fe a meras ideas
abstractas. Hablan de lo que han vivido y se presentan como testigos de lo que
han visto. No se limitan tan solo a creer sino que anuncian con valentía sus
creencias. También los cristianos de hoy han de dar gracias por su fe y han de
formarse en la oración y en la reflexión para poder afirmar: “Nosotros hablamos
de lo que sabemos y somos testigos de lo que hemos visto”. Ser testigos implica
estar ahí y ser diferentes. Pero el testigo no sólo tiene que saber lo que
anuncia. Tiene que vivir con la coherencia que exige la creencia.
Oración:
“Haz, Señor, que la fuerza del Espíritu Santo nos purifique y nos
fortalezca, para que trabajemos por hacer más humana la vida de los hombres.
Amén”.
Contemplación:
De nuevo observamos la extrañeza de Nicodemo, un fariseo de buena
voluntad que quiere saber quién es Jesús y qué es lo que enseña. Contemplamos
la serenidad del Maestro. Jesús es
más que un doctor de la Ley. Y es más que un profeta. Es el único que ha bajado
del cielo y puede revelar las cosas del cielo.
Además recuerda el episodio de las serpientes que mordían a los hebreos
y de la serpiente de bronce en la que encontraron curación. Jesús se aplica
aquella imagen de liberación: “Así como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así también el Hijo del hombre ha de ser levantado, para que todo el
que cree en él tenga vida eterna”.
Acción:
Nos preguntamos hoy cómo podemos ser testigos de lo que creemos en
medio de una sociedad que se resiste a admitir aun la posibilidad de creer.
José Román Flecha Andrés