Hch 5,17-26
Jn 3,16-21
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: “Tanto amó
Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no
muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo. El que cree en el Hijo de Dios no está condenado;
pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de
Dios. Los que no creen ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas,
cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que
hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo
que están haciendo. Pero los que viven conforme a la verdad, se acercan a la
luz para que se vea que sus acciones están de acuerdo con la voluntad de Dios”.
Preparación:
“El cristiano tiene que estar convencido de que su existencia terrenal
tiene poca importancia por una última razón, o sea, porque a esta vida le sigue
un estado de dicha y alegría que dura eternamente”. Así escribía Ladislao Boros
en su libro Vivir de esperanza. Hoy
se persigue a los cristianos en todo el mundo. Pero la persecución no es nueva.
La vida y la palabra de Jesús son un mensaje de fraternidad y un anuncio de
vida eterna. Ni entonces ni ahora es aceptado por los que tratan de imponer su
dominio y sus intereses.
Lectura:
En la primera lectura vemos que los apóstoles son de nuevo arrestados
por anunciar al pueblo, en nombre de Jesús, el mensaje de la vida. Es claro que
dar la razón a un condenado es negar la razón al que lo condenó. En el
evangelio continúa el diálogo de Jesús con Nicodemo. Y también en este texto aparece hasta cuatro
veces la palabra “condenar”. “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para salvarlo”. Sin embargo, los que anuncian esa salvación son
condenados al silencio por los poderes que rechazaron al Salvador.
Meditación:
Escuchamos las cuatro partes de la revelación de Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su
Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida
eterna”. En las religiones antiguas nadie creía que los dioses amaran a los
hombres. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para salvarlo”. La salvación esperada por el pueblo de Israel ha llegado por
Jesús. “El que cree en el Hijo de Dios no está condenado”. El creyente no debe
temer el juicio futuro. Sabe que su fe lo libra de toda condena. “El que no
cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios”. La sentencia
se adelanta al juicio. El que rechaza la fe rechaza la salvación. La clave es
la fe en Jesucristo.
Oración:
Dios Padre, “Haz que nos entreguemos de tal modo al servicio de
nuestros hermanos que logremos hacer de la familia humana una ofrenda agradable
a tus ojos”. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Contemplación:
Contemplamos a Jesús y oímos cómo relaciona el creer y el obrar: “Los
que no creen ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la
luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz”. La falta de fe se
manifiesta en un comportamiento inmoral.
“Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para
que no se descubra lo que están haciendo”. En este caso, la luz nace de un
razonamiento filosófico: la Luz es el mismo Jesús. “Los que viven conforme a la
verdad, se acercan a la luz para que se vea que sus acciones están de acuerdo
con la voluntad de Dios”. La fe genera una buena conducta. Pero también el
comportamiento recto lleva al hombre hasta la Luz.
Acción:
Miremos a nuestra sociedad para tratar de descubrir qué opciones
morales llevan a las gentes a renegar de su fe cristiana.
José Román Flecha Andrés