LOS DÍAS DEL DILUVIO
“En el futuro estará firme
el monte de la casa del Señor… Hacia él confluirán todas las naciones… que
dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob” (Is 2,2-3).
Todos los hebreos deseaban subir a Jerusalén. Pero el profeta anuncia que todos
los pueblos llegarán un día a venerar allí al Señor. El templo de Jerusalén sería
la meta de una peregrinación universal.
El salmo responsorial refleja
la alegría de las gentes que se ponían en camino para subir a Jerusalén y orar
en el templo. Hoy vivimos en medio de una tremenda confusión. Pero, como los
antiguos israelitas, nos atrevemos a cantar: “¡Qué alegría cuando me dijeron: ¡Vamos
a la casa del Señor!” (Sal 121,1).
En este primer domingo de Adviento san Pablo nos dice que ya es hora de despertar de nuestro letargo para caminar por las sendas de la luz. Que las ocupaciones y preocupaciones de cada día no fomenten la distracción ni nos sumerjan en la pereza (Rom 13,14).
EL TIEMPO DE NOÉ
En el evangelio de este primer domingo de Adviento, Jesús recuerda los días del diluvio (Mt 24,37-44). Las gentes vivían tranquilamente, sin sospechar lo que estaba por llegar. Lo mismo sucederá o está sucediendo con la venida o manifestación del Señor.
Es preciso
estar atentos a los signos de los tiempos. Las cosas son lo que son más lo que
significan. Y lo mismo ocurre con los acontecimientos. Necesitamos prestarles
atención para aprender a leer los mensajes que pueden transmitirnos.
Los sucesos
de cada día nos hablan de la caducidad de todo. Nada es definitivo. Y además,
los sucesos de cada día nos invitan a mantenernos despiertos y vigilantes. El
evangelio menciona a las personas que están en una misma situación o en un
mismo trabajo, pero añade que no a todos
les espera la misma suerte.
Estamos viviendo el tiempo de Noé. Tenemos que preguntarnos si podremos entrar en el arca y salvar nuestra existencia o pereceremos arrastrados por las aguas del diluvio. Nuestra necedad nos ahogaría. Pero la observación de la situación ha de favorecer nuestra conversión, para no ser arrastrados por el diluvio de hoy.
LA IGNORANCIA DE LA HORA
La reflexión sobre la
venida imprevisible del Señor comporta la invitación de Jesús a mantenernos
vigilantes. “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro
Señor”.
• No estamos a la
espera de “algo”, ya sea deseado o temido. Hemos de manteneros en vela, aguardando
la manifestación de nuestro Señor. Para ello necesitamos la virtud de la templanza.
Las mil adicciones que nos tientan cada día nos llevan a vivir distraídos, como
las gentes a las que sorprendió el diluvio.
• Ante la curiosidad de los discípulos que
deseaban saber cuándo vendría el Señor, Jesús repitió que no era posible saber
el día o la hora de su manifestación. Seguramente quería advertir a los suyos
del peligro de obsesionarse por el futuro e ignorar los compromisos del
presente que nos exige la esperanza.
- Señor Jesús, demasiadas
veces hemos experimentado el miedo al pensar en tu venida. Pero
tu anuncio es una exhortación a vivir en la esperanza. La ignorancia de la hora
de tu manifestación nos lleva a vivirlas todas en la caridad. ¡Ven, Señor
Jesús!
José-Román Flecha Andrés