EL RECUERDO DE LA CRUZ
“Moisés
hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente
mordía a alguien, este miraba la serpiente de bronce y salvaba su vida” (Núm
21,9).
Como
para evitar la tentación de acudir a la magia para lograr la curación, el libro
de la Sabiduría explica que aquel era un signo de salvación. “El que lo miraba
se curaba, no por lo que contemplaba, sino por ti, salvador de todos” (Sab
16,7).
Recordando
cómo los hebreos se olvidaban del Dios que los había liberado de la esclavitud
padecida en Egipto, el salmo responsorial nos recuerda que “él, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y
otra vez reprimió su cólera, y no despertaba todo su furor” (Sal 77,38).
San
Pablo, por su parte, recoge un conocido himno, en el que se afirma que Jesús,
“siendo de condición divina, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la
muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,6-11).
CRUZ Y EL ANCLA
En su diálogo
con Nicodemo Jesús se comparó a sí mismo con la antigua serpiente del desierto:
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”
(Jn 3,14-15).
Jesús
habría de ser elevado en la cruz para ofrecer la salvación a todos los que
volvieran a él sus ojos y su confianza. Es claro que nuestra salvación no brota
de la madera de la cruz, sino del crucificado en el madero, es decir de su
entrega a Dios por nosotros.
Al
venerar a un crucificado, los cristianos somos una auténtica provocación
social. En un mundo que solo aspira a la comodidad y el disfrute, al triunfo y
la fama, aceptar la cruz parece una locura. La cruz molesta en todas partes. Y
proclamar que la cruz es el camino para la salvación suena como un agresivo
desafío.
Sin embargo, no podemos olvidar que, en el logo elegido para este año jubilar, la cruz que abrazan los peregrinos se presenta como un ancla de salvación.
GRATITUD Y COHERENCIA
El
signo y el misterio de la cruz se expresan en palabras de entrega. El evangelio
de Juan coloca en labios de Jesús el mejor comentario a esta certeza (Jn
3,13-17).
•
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único”. Dios no es enemigo de
su creación. La vida y la muerte de Jesús son el gran signo del amor de Dios al
mundo. Y la entrega de Jesús a su Padre refleja el acto por el que el Padre nos
ha entregado a su Hijo.
•
“Para que no perezca ninguno de los que creen en él”. El fin de la entrega de
Jesús es presentado como un rescate. Si aceptamos su vida y su doctrina, seremos
liberados de la frustración humana y del riesgo del fracaso de nuestra
existencia.
•
“Para que tengan vida eterna”. La entrega de Jesús da sentido a nuestra vida. Su vida se ha distinguido por su donación a los pequeños, a los humildes y a
los pobres. Esa es la vida que pervive hasta más allá de la muerte y nos une
para siempre al Dios viviente.
- Señor Jesús, hoy somos tentados por el ansia de la comodidad. Pero el recuerdo de tu cruz nos lleva a agradecer el sacrificio de tu vida, nos invita a ser coherentes con nuestra fe y nos anima a vivir en la esperanza y en el amor. Bendito seas por siempre, Señor.
José-Román Flecha