UN
CRUCERO EN EL CAMINO
Pero
vencidos los invasores, el emperador bizantino Heraclio regresó triunfante a
Constantinopla el día 14 de septiembre del año 628 y poco después devolvió la
cruz a la ciudad de Jerusalén.
Como
escribía el benedictino fray Justo Pérez de Urbel, “desde entonces la fiesta de
la Exaltación convirtióse en la conmemoración del retorno de la Cruz, en el
triunfo prodigioso de la Cruz, cautiva de los adoradores del fuego”.
Pero
más allá de esa evocación histórica, esta fiesta nos invita a preguntarnos qué
papel juega la cruz en nuestras vidas.
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La cruz material es discutida como nunca. En nombre de la democracia, se la
retira de los lugares públicos. Dicen que con ello solo se pretende no ofender
a los miembros de otras religiones que viven entre nosotros. Por la misma razón
habría que sacrificar a todos los cerdos, considerados impuros por los judíos,
y a todos los perros, considerados impuros por los musulmanes.
Por
otra parte, los mismos cristianos hemos trivializado la cruz. La hemos
convertido en un adorno enjoyado, que después nos avergonzamos de llevar al
cuello. A veces la usamos como un amuleto para curar ciertos dolores. O la
empuñamos como cofrades penitenciales, aun cuando no creamos en el Señor que en
ella murió por redimirnos.
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La otra cruz, la espiritual, es el verdadero problema. Se rechaza la cruz para
rechazar al Crucificado. Además, no aceptamos nuestras cruces, mientras que
imponemos sobre los hombros de los demás las cruces pesadas. Las cruces del
hambre y la marginación, del desprecio y el abandono, de la miseria y de la
guerra, de la violencia y del despojo.
Y,
sin embargo, la cruz representa el misterio de nuestra redención. Hoy deberíamos
recordar los conocidos versos de santa Teresa de Jesús: “En la cruz está el
Señor de cielo y tierra, y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra. Todos los
males destierra en este suelo, y ella sola es el camino para el cielo”.
Son
muchos los caminos que se abren ante nosotros. En tiempos de guerra y de
conflictos no debemos desviarnos. Durante siglos, los “cruceros” indicaban a
los peregrinos el camino verdadero. Pero pocas veces habrá sido cantado con más
fuerza y acierto el misterio de la cruz de Cristo y la gloria de nuestra
liberación.
La liturgia nos repite una oración que otorga su verdadero sentido a todas las cruces del mundo: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu cruz has redimido al mundo”. El día de la Exaltación de la Santa Cruz es la mejor ocasión para celebrar esta victoria y orientarnos en el camino.
José-Román Flecha Andrés