viernes, 26 de septiembre de 2025

REFLEXIÓN - Domingo 26 del Tiempo Ordinario. C 28 de septiembre de 2025

 

EL RICO Y EL POBRE 

“Os acostáis en lechos de marfil; tumbados sobre los divanes, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo”. Amós era un pastor allá en las tierras de Técoa, en el reino de Judá. Un día subió a Samaría, en el reino de Israel. Al percibir el lujo de que alardeaban algunas personas, no pudo evitar denunciarlas con su lenguaje de pastor (Am 6,1.4-7). 

Junto a los ricos, vió la miseria de los pobres, la indiferencia de los que los marginaban y la corrupción de los jueces que se vendían por un par de sandalias. Es verdad que no se creía un profeta, pero sabía que nadie puede ignorar el bramido de una fiera. Según él, cuando Dios habla, nadie puede quedar en silencio, sin transmitir su mensaje.

El salmo responsorial subraya esa experiencia, al confesar la justicia e imparcialidad de Dios: “Él mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos” (Sal 145,7).

Por su parte, san Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a practicar la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia y la delicadeza (1 Tim 6,11).

EL NOMBRE DEL POBRE

El evangelio de este domingo  nos presenta a un hombre rico que se viste con ropajes de lujo y cada día organiza un banquete escandaloso. Y, al mismo tiempo, recuerda a un mendigo que espera satisfacer algo de su hambre con las migajas que caen de la mesa del rico, mientras deja ver unas llagas que lamen de vez en cuando los perros callejeros (Lc 16,19-31).

 Es interesante observar que el relato evangélico no da el nombre del rico, mientras que recuerda el nombre del pobre. Se llama Lázaro, que significa “Dios ayuda”. Cabe preguntarse si Jesús conocía a un pobre con ese nombre o se lo atribuye con toda intención.

Ahora bien, esas diferencias que los marcaban en la vida quedaron invertidas  más allá de la muerte. El pobre participa ahora de la mesa y de las bendiciones de Abrahán, el amigo de Dios. Pero el rico es arrojado a un infierno, que se describe como un horno de fuego.

Es más, el rico que durante su vida no había compartido con el pobre su comida y su bebida, pide ahora que ese mismo pobre se acerque a él con una gota de agua para refrescar un poco sus labios abrasados.  

 LA CLAVE DEL JUICIO

Es asombroso oír que el rico conoce el nombre del pobre. Y ruega a Abrahán que lo envíe a sus hermanos para que cambien de conducta y no vayan a terminar en el fuego que él padece.  Las dos respuestas de Abrahán son un aviso para las gentes de todos los tiempos.

• “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. No es fácil escuchar a los profetas que Dios nos envía. Su misión es anunciar el bien y la verdad y denunciar el mal y la mentira. Pero es fácil descalificar a los mensajeros para no aceptar el mensaje.    

• “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”. Todos esperamos una revelación extraordinaria. Pero Dios no nos envía muertos resucitados para que nos adviertan. Nos envía testigos de la fe que viven junto a nosotros. 

- Señor Jesús, tú nos has revelado la clave por la que un día seremos juzgados, tanto los creyentes como los no creyentes. Tú te has identificado con los pobres y los necesitados. Y nos preguntarás si te hemos atendido a ti en ellos o no te hemos visto en los hermanos. No permitas que ignoremos el rostro de ese Lázaro que yace a nuestra puerta. Amén.

José-Román Flecha Andrés