LA CRUZ Y LA LIBERTAD
“¿Qué hombre
conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere?… ¿Quién
rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das
sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?” (Sab 9,13-18). Estas
preguntas nos llevan a tomar con cautela tanto el alcance de nuestro
conocimiento como nuestras pretendidas certezas.
Como
haciéndose eco de la primera lectura, el salmo
responsorial nos dice que la verdadera sabiduría es un don de
Dios: “Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89). El verdadero saber
del creyente es aceptar la palabra de Dios. Así que no tiene sentido enorgullecernos
de lo que sabemos o creemos saber.
Onésimo era un esclavo que había escapado de la casa de Filemón y había sido bautizado por Pablo. La comunidad cristiana no podía modificar las leyes del imperio romano, pero podía pedir a los fieles que vivieran como hermanos. Por eso, el Apóstol exhorta a Filemón a recibir a Onésimo no como al esclavo que era, sino como a un hermano en la fe.
LIBERTAD Y SEGUIMIENTO
La
sabiduría de Dios se ha hecho carne en Jesús. Él puede
invitarnos a seguirlo por el camino, dejando atrás todos nuestros intereses. Claro que nunca es fácil negarse a sí mismo.
Por eso nos exhorta a calcular el peso de nuestras decisiones y nuestras
posibilidades.
• La invitación
a seguir a Jesús es una llamada a la
libertad. En el evangelio (Lc 14,25-33),
Jesús señala los lazos familiares (v. 26), el apego
a la propia vida (v. 26) y la posesión y disfrute de los bienes
(v. 33). ¿Estamos dispuestos
a liberarnos de esos vínculos?
• Es más, Jesús afirma que quien se aferra a esos bienes nunca podrá seguirle
a él: “No
puede ser discípulo mío”. Solo
quien decide libremente seguir al Maestro puede alcanzar la libertad de vivir
la vida del Señor. Esa es la grandeza de la libertad.
• Ahora bien, nadie deja todo por nada. Es evidente que si queremos vivir en libertad hemos de estar dispuestos a seguir a Jesús. No basta liberarse “de” algo. Es preciso liberarse “para” seguir al Señor. Por eso, él se refiere tres veces a su persona. “Si alguno se viene conmigo”…, “detrás de mí”…, “discípulo mío”.
EL CIMIENTO Y LA FIDELIDAD
De todas formas, Jesús es muy consciente de su
propia misión y de lo que implica aceptarla como propia. Por eso, no quiere ocultar
a sus discípulos que el seguimiento comporta la aceptación de la cruz que él ha
de llevar un día.
•
“Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. La cruz es un
patrimonio inevitable. No es el Señor quien nos la impone. Más pronto o más
tarde, a todos nos tocará un día cargar con nuestra propia cruz. Pero el Señor
nos invita a llevarla detrás de él. Es decir, a reconocer que él nos precede en
el camino y a seguirle con decisión y confianza.
• “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede
ser discípulo mío”. Esas palabras valen para todos los discípulos y para toda
la Iglesia. No puede eximirse de llevar la cruz una comunidad que dice seguir y
confesar al Crucificado. La comunidad cristiana sabe cuál es el camino del
Señor. La persecución a los cristianos no es un accidente de la historia.
-
Señor Jesús, muchos de nosotros creemos estar construyendo una torre fuerte y
sólida, pero no la hemos cimentado sobre la base de una fe sincera y
comprometida. Que tu Espíritu nos
conceda el don de la sabiduría para que podamos mantenernos con fidelidad en el
camino por el que tú nos precedes. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
José-Román
Flecha Andrés