viernes, 5 de septiembre de 2025

CADA DÍA SU AFÁN - 30 de agosto de 2025


DIGNIDAD DE LA VIDA HUMANA

1. Hoy se habla y se escribe mucho sobre la dignidad humana. Sin embargo, se olvida con frecuencia que la dignidad no es una cosa que el hombre posee. No se puede comprar. Ni se puede adquirir gracias a una votación o a una promoción. La dignidad es inherente a la persona por el mismo hecho de ser persona de cualquier raza y origen, de cualquier cultura o posición social.   

La dignidad del ser humano determina la bondad o maldad de lo que él hace o padece. Santo Tomás de Aquino señala que el hombre actúa siempre en busca de la felicidad, como último fin, pero niega que la riqueza, la fama o el poder puedan ofrecerla. Toda persona quiere y apetece la felicidad, al apetecer la saciedad de la voluntad, aunque no todos conozcan su esencia y su alcance. 

La dignidad de la persona y el valor de las cosas no son magnitudes equivalentes. Es cierto que a toda la creación se le debe un gran respeto. Pero existe una total asimetría entre la dignidad de la persona y la del resto de los seres existentes. 

2. La persona es un misterio para sí misma. Está llena de interrogantes, el primero de los cuales se refiere a su propia vida. Hoy deberíamos formularnos con más frecuencia unas preguntas fundamentales sobre ella: ¿Qué significa vivir y qué significa morir? ¿Cuál es el don y el sentido de la vida? ¿Qué responsabilidades le competen al ser humano frente a su vida y frente a su muerte?

Toda persona percibe o debería percibir la vida como un don que le es entregado de forma absolutamente gratuita. Pero, al mismo tiempo, la vida se le entrega como un "quehacer". Por eso, la vida humana entra de lleno en el campo de sus responsabilidades.

3. Todos los sistemas éticos han intentado regular el comportamiento humano relativo al valor de la vida, fundamento de todos los valores y todos los derechos humanos. La tradición judío-cristiana vincula esta responsabilidad con el precepto contenido en el código mosaico:  "No matarás" (Éx 20,13).

Ese precepto del Decálogo fue reconocido y ampliado por Jesús de Nazaret, como se puede leer en el llamado Sermón de la Montaña. Según él no basta con no matar a una persona. Es preciso respetarla, y respetar también su honor.

4. Poncio Pilato dijo más de lo que sabía. Al presentar a Jesús ante los magistrados que lo acusaban de querer convertirse en rey, el gobernador romano no se refería solo al hombre que habían traído a su tribunal. Estaba confesando, sin saberlo, que Jesús era y es el modelo e icono del hombre (Jn 19,5).

5. Así pues, es razonable mantenerse abiertos a una eventual revelación que nos desvele el último misterio y sentido del ser humano. El hombre, definitivamente revelado, sería la norma definitiva para el hombre desvelado. Y el sello imborrable de su dignidad personal.

                                                                            José-Román Flecha Andrés