DIGNIDAD DE LA VIDA HUMANA
1. Hoy se habla
y se escribe mucho sobre la dignidad humana. Sin embargo, se olvida con
frecuencia que la dignidad no es una cosa que el hombre posee. No se puede
comprar. Ni se puede adquirir gracias a una votación o a una promoción. La
dignidad es inherente a la persona por el mismo hecho de ser persona de
cualquier raza y origen, de cualquier cultura o posición social.
La dignidad del
ser humano determina la bondad o maldad de lo que él hace o padece. Santo Tomás
de Aquino señala que el hombre actúa siempre en busca de la felicidad, como
último fin, pero niega que la riqueza, la fama o el poder puedan ofrecerla. Toda
persona quiere y apetece la felicidad, al apetecer la saciedad de la voluntad,
aunque no todos conozcan su esencia y su alcance.
La dignidad de
la persona y el valor de las cosas no son magnitudes equivalentes. Es cierto
que a toda la creación se le debe un gran respeto. Pero existe una total asimetría
entre la dignidad de la persona y la del resto de los seres existentes.
2. La
persona es un misterio para sí misma. Está llena de interrogantes, el primero
de los cuales se refiere a su propia vida. Hoy deberíamos formularnos con más
frecuencia unas preguntas fundamentales sobre ella: ¿Qué significa vivir y qué
significa morir? ¿Cuál es el don y el sentido de la vida? ¿Qué
responsabilidades le competen al ser humano frente a su vida y frente a su
muerte?
Toda
persona percibe o debería percibir la vida como un don que le es entregado de
forma absolutamente gratuita. Pero, al mismo tiempo, la vida se le entrega como
un "quehacer". Por eso, la vida humana entra de lleno en el campo de
sus responsabilidades.
3. Todos
los sistemas éticos han intentado regular el comportamiento humano relativo al
valor de la vida, fundamento de todos los valores y todos los derechos humanos.
La tradición judío-cristiana vincula esta responsabilidad con el precepto
contenido en el código mosaico: "No
matarás" (Éx 20,13).
Ese
precepto del Decálogo fue reconocido y ampliado por Jesús de Nazaret, como se
puede leer en el llamado Sermón de la Montaña. Según él no basta con no matar a
una persona. Es preciso respetarla, y respetar también su honor.
4. Poncio Pilato
dijo más de lo que sabía. Al presentar a Jesús ante los magistrados que lo
acusaban de querer convertirse en rey, el gobernador romano no se refería solo al
hombre que habían traído a su tribunal. Estaba confesando, sin saberlo, que
Jesús era y es el modelo e icono del hombre (Jn 19,5).
5. Así pues, es
razonable mantenerse abiertos a una eventual revelación que nos desvele el
último misterio y sentido del ser humano. El hombre, definitivamente revelado,
sería la norma definitiva para el hombre desvelado. Y el sello imborrable de su
dignidad personal.