A PROPÓSITO DE CAíN
El día 25 de marzo de 1995, el papa Juan Pablo II
publicaba su encíclica “Evangelium vitae” sobre el valor y el carácter
inviolable de la vida humana. Han pasado treinta años y merece la pena
recordar que “el evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús”,
pero “tiene un eco profundo y persuasivo en el corazón de cada persona,
creyente e incluso no creyente”.
Tras evocar el asesinato de Abel por parte de su
hermano Caín, el Papa ofrece una serie de preguntas que no pueden dejarnos
indiferentes:
• “¿Cómo no pensar en la violencia contra la vida
de millones de seres humanos, especialmente niños, forzados a la miseria, a la
desnutrición, y al hambre, a causa de una inicua distribución de las riquezas
entre los pueblos y las clases sociales?
• ¿O en la violencia derivada, aun antes de las
guerras, de un comercio escandaloso de armas, que favorece la espiral de tantos
conflictos armados que ensangrientan el mundo?
• ¿O en la siembra de muerte que se realiza con
el temerario desajuste de los equilibrios ecológicos, con la criminal difusión
de la droga, o con el fomento de modelos de práctica de la sexualidad que,
además de ser moralmente inaceptables, son también portadores de graves riesgos
para la vida?”
Según el papa Juan Pablo II, “el siglo XX será considerado
una época de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras
y una destrucción permanente de vidas humanas inocentes… Estamos en realidad
ante una objetiva conjura contra
la vida.
Refiriéndose a la Declaración de los Derechos Humanos, añade él: “Justo en una época en la que se proclaman solemnemente los derechos
inviolables de la persona y se afirma públicamente el valor de la vida, el
derecho mismo a la vida queda prácticamente negado y conculcado, en particular
en los momentos más emblemáticos de la existencia, como son el nacimiento y la
muerte”.
¿De dónde surge esa contradicción que se observa
todos los días y en todas partes? Según Juan Pablo II, “el origen de la
contradicción entre la solemne afirmación de los derechos del hombre y su
trágica negación en la práctica, está en un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al
individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio
del otro”.
Entre las causas que han originado esta cultura de la muerte, el Papa
se refiere a la ausencia de Dios: “Perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del
hombre, de su dignidad y de su vida”.
Pero también ocurre lo contrario. La violación
sistemática de la ley moral en el campo del respeto de la vida humana y su
dignidad, oscurece “la capacidad de percibir la presencia vivificante y
salvadora de Dios”.
Es hora de considerar nuestra actitud personal y la responsabilidad social ante el don de la vida humana.
José-Román Flecha Andrés