LA TRINIDAD Y EL DEPORTE
No es sorprendente que
se predique alguna vez sobre la Santa Trinidad de Dios. A fin de cuentas, los
cristianos hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Lo que es sorprendente es que se una la fe en la
Trinidad con la práctica del deporte. Y eso es lo que ha hecho el papa León XIV
en una reciente homilía.
Él mismo
ha reconocido que el binomio “Trinidad-deporte” no es
precisamente habitual. Sin embargo, aunque Dios no es estático, no está cerrado
en sí mismo. Es comunión, relación viva entre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, que se abre a la humanidad y al mundo.
El deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios
Trinidad: porque requiere un movimiento exterior e interior del yo hacia el
otro. En consecuencia, el papa León XIV
ha mencionado tres aspectos que hacen del deporte un medio valioso para la
formación humana y cristiana.
1. Esta sociedad marcada por la soledad,
en la que el individualismo nos ha hecho pasar del “nosotros” al “yo”, nos ha
llevado a ignorar al otro. Pero el deporte —especialmente cuando se practica en
equipo— nos enseña el valor de la colaboración, de caminar juntos, de ese
compartir que está en el corazón mismo de la vida de Dios. Así que el deporte puede
convertirse en un medio de encuentro.
2. Además, esta sociedad es cada vez más digital.
Las tecnologías acercan a personas lejanas e ignoran a las que están cerca.
Pero el deporte valora el estar juntos, el sentido del cuerpo, del espacio, del
esfuerzo, del tiempo real. En lugar de escaparnos a mundos virtuales, nos ayuda
a mantenernos en contacto con la naturaleza y con la vida concreta, que es el único
lugar en el que se ejerce el amor.
3. Finalmente, esta es “una sociedad competitiva,
donde parece que solo los fuertes y los ganadores merecen vivir”. Pero el
deporte nos enseña también a perder. Nos pone a prueba en el arte de la
derrota. Nos enseña una de las verdades más profundas de nuestra condición
humana: la fragilidad, el límite, la imperfección.
Para retomar el tema central del año jubilar, el
Papa añade que “a partir de la experiencia de esta fragilidad nos abrimos a la
esperanza. El atleta que nunca se equivoca, que no pierde jamás, no existe. Los
campeones no son máquinas infalibles, sino hombres y mujeres que, incluso
cuando caen, encuentran el valor para levantarse”.
Por tanto, no cabe ceder a la tentación de la
pereza. “Es el entrenamiento diario del amor lo que nos acerca a la victoria
definitiva y nos hace capaces de trabajar en la construcción de un mundo nuevo”.
Según el Papa, la Iglesia confía a los deportistas la misión de ser un reflejo del amor de Dios Trinidad, como atletas, como formadores, como sociedad, como grupos, como familias.
José-Román Flecha Andrés