miércoles, 25 de junio de 2025

CADA DÍA SU AFÁN - 26 de junio de 2025


PEDRO Y PABLO

Uno de los antiguos himnos litúrgicos de este día de fiesta canta a la Roma feliz, vestida con la púrpura de la sangre preciosa de tan grandes príncipes. Unos versos más adelante, invoca a los gloriosos mártires Pedro y Pablo como soldados vencedores en el palacio celeste, pidiendo que nos libren de todos los males y nos conduzcan a lo alto.

Roma, en efecto les ha dedicado dos grandiosas basílicas, situadas en el lugar tradicional de su martirio: una en la colina del Vaticano donde Pedro fue sepultado y la otra al lado de la Vía Ostiense donde Pablo fue martirizado.

Pero si Roma es feliz por contar con las reliquias de los príncipes de los apóstoles, toda la Iglesia vuelve a ellos sus ojos con devoción y gratitud. Ellos son los grandes predicadores de la fe.

Con uno de sus habituales juegos de palabras, dice san Agustín en un sermón que en Pedro llamó Cristo al pescador, no al orador o al senador: “Venga primero el pescador para enseñar la humildad saludable: por él se llega mejor al emperador”.

Y de Pablo dice Bossuet que estaba demasiado enamorado de las humillaciones del cristiano para querer corromper con las vanidades de la elocuencia secular la venerable simplicidad del evangelio de Cristo.

Así que la elocuencia de estos dos predicadores no se muestra en la ampulosidad de sus discursos, sino que radica en su propio testimonio de amor a Jesucristo y a su Iglesia.

En esta fiesta la celebración rompe los límites de todas las paradojas. Al mismo tiempo, celebramos hoy al perseguido y al perseguidor. Pedro fue aprisionado en Jerusalén por anunciar el nombre de Jesús. Pablo pasó un tiempo apresando en Jerusalén a los que seguían ese camino.

Celebramos en una misma fiesta a Simón llamado Pedro, que trataba de conservar la herencia de Israel y a Saúl, llamado Pablo, que pretendió abrir esa herencia a todos los pueblos de todas las razas y culturas.

La liturgia de hoy recuerda en el prefacio de la eucaristía esas discrepancias, superadas por la misma fe y por el mismo testimonio martirial:

“En los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo es el maestro insigne que la interpretó. Aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, y este la extendió a todas las gentes.

De esta forma, Señor, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”.

Así pues, la fe en Cristo, Señor y fundador de la Iglesia, los llamó y los convocó. Y ellos, a su vez, contribuyeron a llamar y convocar de los cuatro vientos a la Iglesia del Señor.

                                                                                                  José-Román Flecha Andrés