PEDRO Y PABLO
Uno de los antiguos himnos litúrgicos de
este día de fiesta canta a la Roma feliz, vestida con la púrpura de la sangre
preciosa de tan grandes príncipes. Unos versos más adelante, invoca a los
gloriosos mártires Pedro y Pablo como soldados vencedores en el palacio
celeste, pidiendo que nos libren de todos los males y nos conduzcan a lo alto.
Roma, en efecto les ha dedicado dos grandiosas
basílicas, situadas en el lugar tradicional de su martirio: una en la colina
del Vaticano donde Pedro fue sepultado y la otra al lado de la Vía Ostiense
donde Pablo fue martirizado.
Pero si Roma es feliz por contar con las
reliquias de los príncipes de los apóstoles, toda la Iglesia vuelve a ellos sus
ojos con devoción y gratitud. Ellos son los grandes predicadores de la fe.
Con uno de sus habituales juegos de
palabras, dice san Agustín en un sermón que en Pedro llamó Cristo al pescador,
no al orador o al senador: “Venga primero el pescador para enseñar la humildad
saludable: por él se llega mejor al emperador”.
Y de Pablo dice Bossuet que estaba
demasiado enamorado de las humillaciones del cristiano para querer corromper
con las vanidades de la elocuencia secular la venerable simplicidad del
evangelio de Cristo.
Así que la elocuencia de estos dos
predicadores no se muestra en la ampulosidad de sus discursos, sino que radica
en su propio testimonio de amor a Jesucristo y a su Iglesia.
En esta fiesta la celebración rompe los
límites de todas las paradojas. Al mismo tiempo, celebramos hoy al perseguido y
al perseguidor. Pedro fue aprisionado en Jerusalén por anunciar el nombre de
Jesús. Pablo pasó un tiempo apresando en Jerusalén a los que seguían ese
camino.
Celebramos en una misma fiesta a Simón
llamado Pedro, que trataba de conservar la herencia de Israel y a Saúl, llamado
Pablo, que pretendió abrir esa herencia a todos los pueblos de todas las razas
y culturas.
La liturgia de hoy recuerda en el prefacio
de la eucaristía esas discrepancias, superadas por la misma fe y por el mismo
testimonio martirial:
“En los apóstoles Pedro y Pablo has
querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar
la fe; Pablo es el maestro insigne que la interpretó. Aquel fundó la primitiva
Iglesia con el resto de Israel, y este la extendió a todas las gentes.
De esta forma, Señor, por caminos
diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a los dos,
coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”.
Así pues, la fe en Cristo, Señor y
fundador de la Iglesia, los llamó y los convocó. Y ellos, a su vez,
contribuyeron a llamar y convocar de los cuatro vientos a la Iglesia del Señor.