LA BÚSQUEDA
Éramos
testigos de su muerte
y
quisimos observar atentamente
los
ritos del último momento.
Creíamos
que la piedra había sellado para siempre
aquella
vida entregada por nosotros.
Lo habíamos confiado al seno de la
tierra
con el dolor de la tarde que lentamente
se quebraba
y con el difícil amargor de quien
sospecha
que ya nada más puede la tiniebla
contra aquel que era la luz.
Había quedado allí
y con él se quedaba la esperanza,
envuelta y bien envuelta en el sudario
que había de guardar para siempre la
nostalgia.
Siempre sabíamos qué árbol
escuchaba sus plegarias en la noche
y qué gesto de paz nos precedía en el
camino.
Siempre sabían dónde hallarlo
todos los que arrastraban heridas y
dolores,
desgracias y pecados.
Y siempre sabían con qué lazos enredarlo
los que usaban la Ley como una lanza
impregnada de envidias y mentira.
Pero ahora todo es ayer.
Se
lo han llevado del sepulcro
y
no sabemos dónde lo han puesto.
Tendremos que buscarlo entre las piedras,
entre los surcos que conoce el hortelano
o en alguna cueva perdida en el
desierto.
O tal vez lo han escondido en un
sepulcro
más lejos del camino que él amaba
y de esta ciudad que lo aclamaba.
Se
lo han llevado del sepulcro
y
no sabemos dónde lo han puesto.
Tendremos que buscarlo en la conciencia
de aquellos que algún día lo escucharon,
de aquellos que trataron de seguirlo,
de aquellos que creyeron que era él
la luz que ilumina en las tinieblas
y la verdad que al final nos hará libres.
Tendremos que buscarlo cada día…
Salamanca. 6.4.2025