MEDITACIÓN DEL VIERNES SANTO
En
su origen latino los vestigios son las huellas que dejamos al pasar, puesto que
vivir es caminar. En su libro
“Vestigios”, publicado en 1948, don Pedro Laín Entralgo nos dejaba una
asombrosa colección de “ensayos de crítica y amistad”.
Entre
estos ensayos sobre literatura, sobre los amigos y sobre los más variados temas,
se encuentra una sorprendente “Meditación de Viernes Santo”, entretejida de
afirmaciones y preguntas que alcanzan actualidad en este año en que todos los
cristianos coincidimos en la fecha de la Pascua.
“Cada
año, cuando el día va venciendo a la noche, y se acerca cierta luna llena, la Iglesia
universal se apresta a conmemorar con rito perdurable el dolor transhumano de
la Pasión y el gozo indecible de la Pascua eterna”.
La
celebración de la Semana Santa era para aquel admirado maestro una llamada que
suscitaba al menos una pregunta: “¿Cuál es el sentido que tiene esa llamada de
la pasión para el alma guijarrosa de los que vivimos absortos o zarandeados por
los menguados negocios de nuestra vida temporal?”
Es
inevitable la evocación de la solemne y austera liturgia del Viernes Santo. “Pueblo
mío qué te he hecho?” Ante el canto de los “Improperios”, de larga tradición
bíblica, el autor va desgranado todavía otras preguntas que saben de teología y
de austera reflexión:
• “¿Qué
increíble poder es el de la libertad humana cuando su descarrío pone en vencida
suplica a quien dijo ser Dios hecho hombre?
• ¿De
que inmensa malignidad es capaz nuestra humana voluntad, cuando sus
multiplicadas obras han puesto en mortal congoja a la omnipotencia misma?
•
¿Qué ponzoña es la de nuestra sangre, cuando exige ser lavada por otra sangre
divinamente vivificada?
•
¿Qué fuerza infinita tiene la humilde queja de Cristo herido, cuando solo puede
ser contestada con las palabras más expresivas de la humana debilidad?”
Después
de estas preguntas que reflejan la hondura de su meditación, el maestro se
detiene a meditar la amplia oración universal que centra la liturgia del
Viernes Santo. En esa solemne plegaria, la Iglesia ora por ella misma, pero
también ruega por los no creyentes, por los enfermos y los hambrientos, por los
encarcelados, por los caminantes y los nautas y hasta por los judíos.
Según
él, “la verdad, la caridad y la esperanza trasparecen en esas maravillosas
oraciones del Viernes Santo, poco antes de que la voz de Cristo pida cuenta al
hombre de su desvío. Son ellas también las que informan el espíritu de quien,
después de responder a la punzante queja de los “Improperios”, dobla sus
rodillas ante el leño de la Cruz.
Esa veneración a la cruz del Señor es para Laín Entralgo “testimonio de un avance hacia la luz suprema de la Pascua”.
José-Román Flecha Andrés