ENFERMEDAD Y ESPERANZA
Por
decisión del papa Juan Pablo II, el día 11 de febrero se celebra la Jornada
Mundial del Enfermo. Para el mensaje de este año jubilar el papa Francisco ha
elegido este lema: “La esperanza no defrauda (Rm 5,5) y nos
hace fuertes en la tribulación”.
Según
él, estas expresiones consoladoras pueden suscitar en los que sufren estos
interrogantes: ¿Cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos enfermedades graves,
invalidantes, que requieren tratamientos tan costosos? ¿Cómo hacerlo cuando,
además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y no pueden
ayudarnos?
El
Papa nos invita a reflexionar sobre la presencia de Dios, que permanece cerca
de quien sufre, bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro,
el don y el compartir.
1.
El encuentro. En la enfermedad experimentamos nuestra fragilidad como
criaturas, pero sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha
compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona. “La enfermedad entonces se convierte en
ocasión de un encuentro que nos transforma y nos hace más conscientes de que no
estamos solos”.
2.
El don. En el sufrimiento nos damos cuenta de que toda esperanza viene
del Señor, y es un don que hemos de acoger y cultivar. El Resucitado camina con
nosotros. Como los discípulos de Emaús, también nosotros “podemos compartir con
él nuestro desconcierto, nuestras preocupaciones y nuestras desilusiones,
podemos escuchar su Palabra que nos ilumina y hace arder nuestro corazón, y nos
permite reconocerlo presente en la fracción del Pan”. Al acercarse, el Señor
nos devuelve valentía y confianza.
3.
El compartir. Los lugares donde se
sufre son a menudo lugares de intercambio y de enriquecimiento mutuo. “A veces
nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los
unos para los otros: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos,
sacerdotes, religiosos y religiosas”. Y eso ocurre en la familia, en los
dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las
clínicas.
“Es
importante saber descubrir la belleza y la magnitud de estos encuentros de
gracia y aprender a escribirlos en el alma para no olvidarlos; conservar en el
corazón la sonrisa amable de un agente sanitario, la mirada agradecida y
confiada de un paciente, el rostro comprensivo y atento de un médico o de un
voluntario, el semblante expectante e inquieto de un cónyuge, de un hijo, de un
nieto o de un amigo entrañable. Son todas luces que atesorar pues, aun en la
oscuridad de la prueba, no solo dan fuerza, sino que enseñan el sabor verdadero
de la vida, en el amor y la proximidad”.
El Papa anima a los enfermos y a quienes los asisten a “caminar juntos, en una armonía a veces difícil de realizar, pero muy dulce y fuerte, capaz de llevar luz y calor allí donde más se necesita”.
José-Román Flecha Andrés