LA
VIDAY LA ESPERANZA
Domingo
4º de Adviento. C
22 de
diciembre de 2024
“Tú, Belén Efratá, tan
pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a
Israel” (Miq 5,1). Esta profecía de Miqueas alude a la humildad del lugar de
donde había de surgir el Salvador. Gracias a esta indicación, solicitada por
Herodes, podrían hallar los magos del Oriente al rey misterioso al
que buscaban.
A Belén había llegado
Samuel para ungir como rey a David. Por eso se convirtió en el símbolo de la
esperanza de Israel y en la promesa de la justicia, de la paz y de la vida.
En el salmo responsorial
de este domingo de Adviento, aquel recuerdo se convierte en una invocación al
Pastor de Israel: “Ven a salvarnos… Ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu
mano, el retoño que tú hiciste vigoroso” (Sal 79).
En la carta a los Hebreos
se incluyen unas palabras de Cristo que reflejan su humildad y su
obediencia al Padre celestial: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu
voluntad”.
EL DON DIVINO
DE LA VIDA
Tras el anuncio del
ángel Gabriel, María se pone en camino hacia las colinas de Judea, para visitar
a su pariente Isabel (Lc 1,39-45). Su encuentro es un pequeño
“evangelio”.
• Tanto María como
Isabel llevan la vida de un bebé en sus entrañas. Una vida totalmente
inesperada que, dadas las condiciones de sus madres, se manifiesta
como un don exclusivo de la misericordia de Dios.
• Tanto María como
Isabel han sabido escuchar y acoger la palabra de Dios. En ellas la palabra de
Dios ha hecho posible lo que parecía imposible. Por esa disponibilidad con la
que se han abierto a los planes de Dios, han sido elegidas como mediadoras de
la salvación.
• Tanto María como
Isabel están llenas del Espíritu de Dios. Según el ángel, el Espíritu de Dios
cubriría a María con su sombra. Y gracias al Espíritu, Isabel proclama a María
como la bendita entre las mujeres y como madre del fruto más bendito de la
tierra.
LA PRIMERA
BIENAVENTURANZA
El evangelio pone
en labios de Isabel la primera bienaventuranza del Nuevo Testamento: “Dichosa
tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
• “Dichosa tú que has
creído”. La creencia de María no era una señal de su ingenuidad. Ante el
anuncio del ángel, expresaba su pregunta. No era fácil comprender aquel
anuncio. No era fácil aceptar una responsabilidad tan insospechada. Y, sin
embargo creyó.
• “Dichosa tú que has
creído”. La creencia de María no obedecía a un posible deseo de sobresalir
entre las gentes de su aldea. Sin duda, podía imaginar lo que aquella
maternidad inesperada podía costarle. Y, sin embargo creyó.
• “Dichosa tú que has
creído”. La creencia de María no se basaba en su propio saber y entender. De
hecho, se atrevió a manifestar su turbación. No era fácil aceptar la misión que
el ángel le anunciaba. Y, sin embargo creyó.
La fe de María se
apoyaba solamente en la palabra de Dios. Pero ahora su pariente Isabel le
profetizaba que lo dicho por Dios se cumpliría.
- Padre de los cielos,
en este tiempo marcado por la increencia y el relativismo, también nosotros
queremos escuchar tu palabra. Sabemos que ella genera la vida y desencadena la
esperanza. Creemos que tu palabra transforma nuestra vida. Y esperamos que haga
posible la vida, la salvación y la paz que Jesús nos ha prometido. Amén.
José-Román Flecha Andrés