LA NAVIDAD Y EL JUBILEO
Han
pasado cincuenta años. En la tarde del día 24 de diciembre de 1974, el papa
Pablo VI había abierto la puerta santa en la basílica de San Pedro, en el
Vaticano. Con aquel rito se abría el Año Santo de 1975. En la misa de media
noche pronunció una memorable homilía, de la que se pueden recoger hoy estos
párrafos:
1.
“¡La Navidad! El punto de contacto vital del Verbo de Dios -que es Dios él
mismo- con el Padre y con el Espíritu Santo, y también con nosotros, gente de
este pequeño planeta que es la tierra.
2.
Su nombre es Emmanuel, que quiere decir: Dios con nosotros. En realidad,
deberíamos decir que no tenemos nosotros que ir hacia él, sino que es él quien
ha venido a nosotros. ¿No se habrá alcanzado así la solución última de nuestros
problemas y se habrá asegurado la salvación?
3. Hermanos
y hombres de buena voluntad, escuchad nuestra invitación, con la que recordamos
los pasos que nos quedan por completar, para que se realice el encuentro y se
cumpla el abrazo, o mejor la comunión con Cristo, el Dios hombre, nuestro
salvador, nuestro regenerador en el orden de la vida sobrenatural que nos ha
sido concedida.
4. ¡Venid!
Son dos nuestros pasos. Son insignificantes con relación a las distancias que
Jesús, el Mesías divino ha venido a colmar para acercarse a nosotros. Pero para
nosotros esos pasos son extremadamente importantes y no exentos de dramáticas
dificultades.
5. El
primer paso humilla nuestro abusivo orgullo de presunta autosuficiencia, pero abre
nuestro espíritu a la Palabra reveladora de Dios. Ese primer paso es la fe. En
los umbrales del pesebre, del Evangelio y de la salvación está la fe. Todos
nosotros necesitamos la fe. Tenemos que creer en el reino de Dios, que está
abierto ante nosotros y decir con un anónimo personaje evangélico: «Creo,
Señor, pero ayuda tú mi falta de fe» (Mc 9,24).
6.
El segundo paso es la celebración del Jubileo. La apertura simbólica de sus puertas
de misericordia y de perdón significa el paso de la metamorfosis interior. Ese
es el paso valiente de la verdad moral, el paso evangélico del hijo pródigo, que
vuelve a la casa paterna, el paso que el Padre espera, inspira y hace gozoso.
He ahí el paso de la conversión del corazón: “Me levantaré, me
pondré en camino adonde está mi padre” (Lc 15,18).
7. Cada
uno de nosotros puede dar este paso. Debe darlo. ¡En el fondo, es tan fácil, es
tan feliz, es tan dulce! Es el paso que estamos dando. El paso de la Navidad
hacia el Año Santo, que hemos inaugurado juntos esta noche”.
Aquellas palabras de Pablo VI vuelven a ser actuales en esta Navidad. También ahora vamos a celebrar otro Año Santo. Recojamos su invitación a dar esos dos pasos: el de la fe y el de la conversión.
José-Román Flecha Andrés