LA LECCIÓN DE LOS MUERTOS
El
día 1 de noviembre de 1964, fiesta de Todos los Santos, el papa Pablo VI acudió
al cementerio romano de Prima Porta. Allí pronunció unas palabras que podrían
resumirse en siete puntos.
1. Hoy
pensamos en nuestros seres queridos que nos esperan junto al Señor. Todos
nosotros hemos recibido la vida: tenemos antepasados, abuelos, padres, que han
recorrido y nos han señalado los caminos de la fe y de la paz. Debemos el
precioso don de la vida a nuestros predecesores. Les somos deudores de un
especial reconocimiento, de una fiel piedad.
2. No
podemos olvidar a quienes han trabajado para nosotros y nos han entregado el
tesoro sagrado y divino de la existencia. Hoy no estamos habituados a volver nuestros
ojos hacia atrás. Preferimos dirigir la mirada hacia las aspiraciones e intereses
del presente y del futuro. Sin embargo, como hombres y como cristianos, debemos
gratitud y oración a los que han vivido antes de nosotros y han construido todo
lo que tenemos.
3. Nos
interpelan los que se han entregado por nuestra paz y libertad, por el bien
común, por la patria, por nuestro país. No pocos de ellos han muerto en defensa
de estos tesoros.
4. Tenemos especial compasión por los difuntos
que no han dejado quien los recuerde, por las víctimas desconocidas, por los
caídos en accidentes de trabajo, en las carreteras, en el ejercicio de su profesión
o de su labor por el bien común. Con frecuencia permanecen en el anonimato.
5. Los
difuntos nos dicen qué es nuestra existencia. Nos hacen meditar. Ante el misterio
de la muerte, pueden surgir en nosotros ideas de desaliento y desesperación o puede
insinuarse el deseo de gozar el instante fugaz de la vida, puesto que pronto
llegará la muerte. Pero no es esa la lección de las tumbas sobre las que vemos
el signo de la Redención. Los muertos se han apagado en sus cuerpos, pero están
vivos, tienen una nueva existencia.
6. El misterio de la inmortalidad de las almas
cambia nuestra concepción de la vida. Si pensamos que viviremos para siempre, que
ante nosotros está la eternidad, entenderemos la lección que nos llega de nuestros
difuntos. La luz de la fe, con su
resplandor que nos confunde y eleva, es providencial para nosotros.
7. La
vida humana no termina con la muerte corporal. Prosigue en la eternidad, tan
vinculada a la vida presente que esta determina el estado de esa vida futura. Nuestros
muertos nos dicen que lo que hemos de hacer es ser justos y hacer algo bueno
durante esta peregrinación. Sembrar el bien y vivir no solo para el mundo y
para el día que pasa, sino prepararnos para la jornada sin fin a la que estamos
destinados.
José-Román Flecha Andrés