CONCIENCIA, REFORMA Y DIÁLOGO
El día 6 de agosto de 1964, el papa
Pablo VI firmaba su primera carta encíclica, titulada “Ecclesiam suam”. En ella
trataba de meditar el misterio de la Iglesia, comentar la reforma que se
esperaba de ella y exponer las bases para el diálogo de la Iglesia con el mundo
de hoy.
1. En primer lugar, afirmaba que “la
Iglesia ha de reflexionar sobre sí misma; tiene necesidad de sentir su propia
vida. Debe aprender a conocerse mejor a sí misma, si quiere vivir su propia
vocación y ofrecer al mundo su mensaje de fraternidad y salvación” (ES 8). Y
añadía que “el misterio de la Iglesia no es un mero objeto de conocimiento
teológico, ha de ser un hecho vivido; el alma fiel puede tener de él una
experiencia antes que un claro concepto” (ES 13).
2. Además, Pablo VI manifestaba “el
deseo de que la Iglesia de Dios sea como Cristo la quiere: una, santa,
enteramente consagrada a la perfección a la que él la ha llamado y para la cual
la ha preparado” (ES 14). La reforma había de entenderse como “el empeño de
conservar la fisonomía que Cristo ha dado a su Iglesia, más aún, de querer
devolverle siempre su forma perfecta que corresponda a su diseño primitivo” (ES
17).
El Papa esperaba “un
estímulo a la siempre renaciente vitalidad de la Iglesia, a su siempre
vigilante capacidad de estudiar las señales de los tiempos y a su siempre joven
agilidad de probar todo y de apropiarse lo que es bueno; y ello, siempre y en
todas partes (ES 19). Para ello proponía la recuperación del espíritu de
pobreza y el espíritu de caridad (ES 20-22).
3. En un tercer momento, Pablo
VI afirmaba que “la Iglesia debe ir hacia
el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la
Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio” (ES 28).
El coloquio es un modo de ejercitar la misión
apostólica; es un arte de comunicación espiritual. Sus caracteres son la
claridad, la afabilidad, la confianza, y la prudencia pedagógica. “Con el
diálogo así realizado se cumple la unión de la verdad con la caridad y de la
inteligencia con el amor” (ES 31).
Hay en el
encíclica un párrafo muy actual: “La apertura de un diálogo desinteresado, objetivo y
leal, decide por sí misma en favor de una paz libre y honrosa; excluye
fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones; denuncia, como delito y como
ruina, la guerra de agresión, de conquista o de predominio; se extiende desde
las relaciones más altas de las naciones a las propias de las naciones mismas y
a las bases sociales, familiares e individuales, y difunde en las instituciones
y en los espíritus el sentido, el gusto y el deber de la paz” (ES 39).
A los sesenta años de la publicación de aquella encíclica son muchas las lecciones que nos quedan sin aprender.
José-Román Flecha Andrés