EL OTRO CAMINO DE SANTIAGO
“El cristianismo ha encarnado la defensa de
todos los débiles, bajos y malogrados”.
A los cristianos esa frase nos parece un reconocimiento a la bimilenaria
atención de nuestra comunidad a todos los que padecen hambre, sed, enfermedad o
esclavitud.
Pero
ese aparente elogio a la caridad cristiana se debe a quien en el mismo contexto
escribía: “¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de
poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que proviene
de la debilidad”.
Como se sabe, Friedrich Nietzsche pensaba que
el mundo es el hogar de los fuertes. A los débiles hay que hacerlos desaparecer.
Por eso, al tratar de apoyar y defender a los más débiles, el cristianismo se
habría hecho inhumano. La moral cristiana era inmoral.
En
nuestra sociedad persisten esas ideas, así que es oportuno recordar a Santiago
y Juan, hijos de Zebedeo. Aquellos pescadores en el lago de Galilea aceptaron
la llamada del profeta que anunciaba la llegada de un reino, en el que deseaban
ocupar los puestos más relevantes.
Ante aquella pretensión, Jesús les preguntó si
estaban dispuestos a compartir el cáliz de la condena y de la muerte que él
mismo habría de beber. La grandeza en el reino que anunciaba no coincidía con
el poder, sino con la entrega de la propia vida.
Pues
bien, según los Hechos de los Apóstoles, Jacobo o Santiago muy pronto sería
asesinado por su fidelidad a aquel Mensaje. “El rey Herodes echó mano a algunos
de la Iglesia para maltratarlos. Hizo matar por la espada a Santiago, el
hermano de Juan”.
A lo
largo de los siglos, hemos luchado más por conseguir el poder que por aprender
a servir a los desvalidos. Al recordar a Santiago, hay que evocar el ideal
evangélico. Jesús nos recuerda el sentido que el poder y la grandeza tienen en el
reino que él anunciaba:
Según el Maestro, el honor y la gloria se
consiguen por la atención a la dignidad de la persona: “El que quiera ser
grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. No es grande quien aplasta y
avasalla a los demás, sino quien sabe vivir desviviéndose por los otros.
Jacobo
o Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, es para todos los cristianos un
icono inolvidable. Aquel pescador refleja la vocación al discipulado y el fiel
seguimiento al Maestro del bien y la verdad.
Según
Goethe, Europa se hizo peregrinando. En París o en Lituania encontramos la
concha dorada que indica el Camino de Santiago. Son muchos miles los peregrinos
que lo recorren y llegan cada día hasta Compostela.
Pero todos debemos descubrir y recorrer el otro camino de Santiago. Ese camino que comienza con la escucha de la llamada del profeta de Galilea. Ese camino que exige la aceptación de su doctrina, el servicio a los demás y la fidelidad al Maestro hasta el martirio.
José-Román Flecha Andrés