APÓSTOLES Y TULLIDOS
A Jesús de Nazaret le habían acercado un paralítico,
descolgándolo del terrado, allá en Cafarnaúm. Y más tarde, él había encontrado
en Jerusalén a otro tullido que esperaba poder acercarse hasta las aguas de la
piscina de Betzatá.
Pasó el tiempo y los hechos se
repitieron en un lugar y en otro. Una tarde, a la hora del incienso, Simón
llamado Pedro subió con Juan a orar en el templo. A las puertas había un
paralítico pidiendo limosna y compasión, con el que cruzaron la mirada.
Simon no tenía oro ni plata. Pero tenía
para él una palabra de consuelo y sanación: “En nombre del Mesías, Jesús de
Nazaret, echa a andar”. El paralítico “echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie,
dando brincos y alabando a Dios”.
Simòn
no fue acusado por dar la salud a un paralítico de nacimiento. No. Fue acusado
por hacerlo en el nombre de Jesús. Esa mención del Nazareno le costó un juicio,
azotes y calabozo.
Pero
ese proceso le dio también la ocasión de proclamar que “hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres”. ¿Se atreverían a negarlo los hombres que decían
representar a Dios?
Algún tiempo después otro judío, llamado
Saulo y por sobrenombre Pablo, se dirigió con Bernabé al altiplano de la región
de Licaonia. Llegaban decididos a anunciar la Buena Nueva.
En
la ciudad de Listra encontraron a un hombre tullido que nunca había caminado. Saulo
lo miró fijamente y le dijo con fuerte voz: “Levántate. Ponte derecho sobre tus
pies”. Y el hombre se levantó de un saltó y se puso a caminar.
Las
gentes, asombradas, comenzaron a gritar en su propia lengua: “Los
dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos”. Hasta querían
ofrecerles sacrificios, como si de Zeus y de Hermes se tratara.
Los
dos apóstoles impidieron a gritos aquella confusión y aprovecharon el momento
para denunciar la idolatría y anunciar al Dios creador de los cielos, de la
tierra y de los mares.
Pero
no les salió gratis la misión y el testimonio. En la ciudad de Iconio, Saulo fue
apedreado y dejado por muerto a las afueras de la ciudad. La experiencia vivida
en aquella región de Licaonia le enseñó a repetir una y otra vez: “Hay
que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios”.
Algún
sentido ha de tener esta triple secuencia de encuentros con tullidos. La
compasión y la fuerza sanadora del Maestro han pasado a sus discípulos. Simón
llamado Pedro y Saulo llamado Pablo son testigos que convencen y molestan.
Precisamente por eso, también ellos han sufrido la denuncia y la persecución. La causa se repite una y otra vez. Los seguidores del Nazareno han dado testimonio de la verdad con la fuerza indiscutible de la bondad. Y eso nunca se ha tolerado fácilmente.
José-Román Flecha Andrés