lunes, 22 de abril de 2024

CADA DÍA SU AFÁN - 27 de abril de 2024

 

                                                        IMMANUEL KANT

El día 22 de abril de 1724 nacía Immanuel Kant en la ciudad prusiana de Königsberg. En este tercer centenario de su nacimiento recordamos aquellas frases suyas que nos dictaron como importantes para el estudio de la Ética. 

 Era famosa una confesión suya que podía orientar nuestra conducta: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”.

En un tiempo en que se consideraba la conciencia como la presión de la sociedad, Kant la presentaba como “un instinto que nos lleva a juzgarnos a la luz de las leyes morales”.

Pero, sobre todo, nos parecía imprescindible aquella frase con la que él traducía la regla de oro de todas las éticas y el ideal de una utópica política: Obra siempre de modo que tu conducta pudiera servir de principio a una legislación universal”.

Andando los años, en su encíclica Spe Salvi, Benedicto XVI anotaba que Kant escribía en 1792 que “el paso gradual de la fe eclesiástica al dominio exclusivo de la pura fe religiosa constituye el acercamiento del reino de Dios”. Es más, el filósofo decía que las revoluciones pueden acelerar los tiempos de ese paso de la fe eclesiástica a la fe racional.

Sin embargo, en 1794, en su obra “El final de todas las cosas”, Kant considera la posibilidad de que, junto al final natural de todas las cosas, se produzca también uno contrario a la naturaleza. Y escribe: “Puesto que el cristianismo, aun habiendo sido destinado a ser la religión universal, no habría sido ayudado de hecho por el destino a serlo, podría ocurrir, bajo el aspecto moral, el final (perverso) de todas las cosas”.

El año siguiente publicaba Kant su tratado sobre “la paz perpetua”. En estos días nos interpela el primer principio con el que iniciaba su reflexión: “No debe considerarse como válido un tratado de paz que se haya ajustado con la reserva mental de ciertos motivos capaces de provocar en el porvenir otra guerra”. A lo largo de toda la obra considera él la posibilidad y la necesidad de que la política y la moral se entiendan mutuamente.

En su delicioso tratado sobre “lo bello y lo sublime”, de pronto surge la sorpresa de un relámpago sobre el valor de la virtud: “Como el sentimiento del honor es delicado, puedo denominar resplandor de la virtud aquello análogo a lo virtuoso que por él es ocasionado”.

Páginas más adelante escribe que “el español es serio, callado y veraz… Tiene un alma orgullosa y siente más los actos grandes que los bellos. Como su espíritu no encierra benevolencia bondadosa y dulce, resulta a menudo duro y aun cruel”. Habrá que preguntarse si el filósofo se limitó a recoger algunos tópicos o acertó de lleno en su dictamen.

                                                                 José-Román Flecha Andrés