HERMANOS Y MEDIO-HERMANOS
La película “Our Father” (2022),
dirigida por Lucie Jourdan, producida por Michael Petrella y por Jason Blumy y
distribuida por Netflix, ha puesto de actualidad una situación que con
frecuencia ha sido silenciada.
Tras el nacimiento de Louise Brown, la
primera “niña probeta” (25 de julio de 1978), comenzaron inmediatamente a
surgir por todas partes los comentarios y los proyectos que interesaban a las personas
que deseaban tener un hijo.
Aquel primer caso de reproducción humana
asistida hacía imaginar la posibilidad de fecundaciones por medio de padres
donantes de semen. Más adelante se vio también que era posible la aportación de
madres donantes de ovocitos y aun la donación de embriones, así como la
práctica de la maternidad subrogada.
Las sucesivas leyes españolas sobre
reproducción humana asistida establecen que la maternidad se determina por el
parto, así que una mujer donante no podría ser considera madre del bebé que se podría
producir con su “material genético”. Por otra parte, se dice que un varón no
podría donar su semen más de seis veces.
Este tema se aborda ya en la instrucción
vaticana “Donum vitae” (El don de la vida) publicada el 22 de febrero de 1987
por la Congregación para la Doctrina de la Fe y firmada por el entonces cardenal
Joseph Ratzinger.
En ella se incluyen unas orientaciones
muy precisas sobre la dignidad del embrión y sobre las diversas intervenciones
que ya eran practicadas por entonces. Un resumen muy claro se incluiría también
en el Catecismo de la Iglesia Católica (nn.2376-2377).
La película “Our
father” nos presenta la figura del Doctor Donald Cline, que usa su propio
esperma para fertilizar a docenas de mujeres, a las que evidentemente no se
informa sobre la identidad del donante.
En la
realidad, con este motivo, han saltado a las redes sociales los casos de muchas
personas que, tras el análisis y seguimiento del ADN, se han encontrado con sus
numerosos hermanos o hermanastros, distribuidos por muchas partes del mundo.
Llama la
atención que muchas de esas personas, seguramente inmersas en la soledad o el
aislamiento, no se lamentan de la irresponsabilidad de las prácticas, sino que
manifiestan solo su alegría de poder contar con una especie de amplia familia
hasta ahora desconocida.
Evidentemente, los problemas éticos relativos a la procreación asistida se unen al oscurecimiento de la conciencia con relación al valor de la vida, de la paternidad, de la maternidad y de la misma fraternidad humana.
José-Román Flecha Andrés