martes, 29 de agosto de 2023

CADA DÍA SU AFÁN - 2 de septiembre de 2023

 

                                                              HERMANOS Y MEDIO-HERMANOS

La película “Our Father” (2022), dirigida por Lucie Jourdan, producida por Michael Petrella y por Jason Blumy y distribuida por Netflix, ha puesto de actualidad una situación que con frecuencia ha sido silenciada. 

Tras el nacimiento de Louise Brown, la primera “niña probeta” (25 de julio de 1978), comenzaron inmediatamente a surgir por todas partes los comentarios y los proyectos que interesaban a las personas que deseaban tener un hijo.  

Aquel primer caso de reproducción humana asistida hacía imaginar la posibilidad de fecundaciones por medio de padres donantes de semen. Más adelante se vio también que era posible la aportación de madres donantes de ovocitos y aun la donación de embriones, así como la práctica de la  maternidad subrogada.

Las sucesivas leyes españolas sobre reproducción humana asistida establecen que la maternidad se determina por el parto, así que una mujer donante no podría ser considera madre del bebé que se podría producir con su “material genético”. Por otra parte, se dice que un varón no podría donar su semen más de seis veces.

Este tema se aborda ya en la instrucción vaticana “Donum vitae” (El don de la vida) publicada el 22 de febrero de 1987 por la Congregación para la Doctrina de la Fe y firmada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger.

En ella se incluyen unas orientaciones muy precisas sobre la dignidad del embrión y sobre las diversas intervenciones que ya eran practicadas por entonces. Un resumen muy claro se incluiría también en el Catecismo de la Iglesia Católica (nn.2376-2377). 

La película “Our father” nos presenta la figura del Doctor Donald Cline, que usa su propio esperma para fertilizar a docenas de mujeres, a las que evidentemente no se informa sobre la identidad del donante.

En la realidad, con este motivo, han saltado a las redes sociales los casos de muchas personas que, tras el análisis y seguimiento del ADN, se han encontrado con sus numerosos hermanos o hermanastros, distribuidos por muchas partes del mundo.

Llama la atención que muchas de esas personas, seguramente inmersas en la soledad o el aislamiento, no se lamentan de la irresponsabilidad de las prácticas, sino que manifiestan solo su alegría de poder contar con una especie de amplia familia hasta ahora desconocida.

Evidentemente, los problemas éticos relativos a la procreación asistida se unen al oscurecimiento de la conciencia con relación al valor de la vida, de la paternidad, de la maternidad y de la misma fraternidad humana.

                                                                José-Román Flecha Andrés