EL TESORO Y LA PERLA
“Concede a tu siervo un corazón atento
para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal”. Esa es la única
petición que Salomón dirige a Dios (1Re 3,9). El joven rey, sucesor de
David, no pide una larga vida, ni
honores o riquezas. Solo desea tener una
conciencia recta para guiar a su pueblo.
Esa sería una buena oración para
nuestros gobernantes. Al menos para los que creen en Dios y están convencidos
de que todo es gracia. Lo mejor de nosotros mismos ha sido un don recibido
gratuitamente. Los que no creen en Dios, harían bien en reconocer el valor de
esa sabiduría que busca el bien para regir a sus gentes con rectitud y
justicia.
Haciendo nuestro el espíritu del joven
Salomón, nosotros proclamamos hoy con el salmo responsorial: “¡Cuánto amo tu
voluntad, Señor!” (Sal 118).
Y, de paso, escuchamos cómo San Pablo nos dice que “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rom 8,28).
EL DISCERNIMIENTO
Nuestra experiencia
nos dice que el verdadero bien exige a veces desprenderse de muchos bienes no
tan verdaderos. La felicidad está en hacer un buen discernimiento. Esa es la
lección que Jesús expone en las tres parábolas que nos presenta el evangelio
(Mt 13,44-52).
• La primera parábola
da cuenta del asombro de un jornalero que encuentra un tesoro enterrado en un
campo. Lo esconde de nuevo, vende todo lo que tiene y se apresura a comprar el
campo aquel. Saber desprenderse de su dinero es para él una ganancia.
• La segunda parábola
presenta a un comerciante que encuentra una de gran valor. También él vende
todo lo que tiene para poder adquirir aquella perla. En realidad no desprecia lo
que deja, sino que aprecia de verdad lo que andaba buscando.
• La tercera
parábola evoca la red que los pescadores arrojan al mar. Aunque en ella recogen
toda clase de peces, ellos se ocupan de seleccionar y recoger los buenos,
mientras que arrojan los que consideran malos.
Las tres imágenes subrayan el valor del Reino de Dios y nos dicen que conviene desprenderse de muchos bienes para poder acogerlo y gozar de su bendición.
LOS BIENES DEL REINO
Jesús cierra su
discurso de las parábolas del Reino de Dios con una conclusión válida para
todos los tiempos: “Un escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los
cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo bueno y lo
antiguo” (Mt 13,52).
• Hacerse “discípulos
del Reino de los cielos” no es una utopía estéril. Para los creyentes debería
ser la expresión de su vocación. Y los no creyentes pueden entender la
expresión como un fórmula que refleja la sabiduría de quien valora lo esencial.
• “Sacar del
tesoro familiar lo bueno” es normal para un padre de familia, para cualquier
responsable de una institución y para todo gobernante de un pueblo. Eso es lo
que se espera de una persona responsable.
• “Sacar a la
luz lo antiguo” significa reconocer que la historia no comienza conmigo.
Evocando la frase atribuida a Isaac Newton, podemos decir que caminamos sobre
hombros de gigantes. Un cristiano agradece la sabiduría y los tesoros de la fe
que ha heredado
- Señor Jesús, con frecuencia preferimos los bienes de este mundo y despreciamos los bienes del Reino que tú predicabas. Concédenos la sabiduría necesaria para descubrir el valor de los tesoros de la fe, el dinamismo de la esperanza y la alegría del amor. Amén.
José-Román Flecha Andrés