LOS MOTIVOS DE LA BÚSQUEDA
“¿Por qué me buscabais?”
(Lc 2,49)
Señor Jesús, tú sabes que nos pasamos a vida
buscando, lo que pensamos que puede satisfacer nuestras ansias. En realidad,
cada uno de nosotros podría identificarse por aquello que anda buscando.
Tú mismo apelaste a esta tendencia tan humana. De
hecho, hablaste de un hombre que recorría mercados, buscando una determinada
perla. Y cuando la encontró, vendió todos sus bienes para comprarla.
Con esa parábola tú querías dar a entender la
importancia del Reino de Dios que tú anunciabas. Su valor es tan grande que merece la pena despojarse de lo
que consideramos nuestros bienes, para adquirirlo.
Sin embargo, más que buscar objetos o instrumentos,
por preciosos que parezcan, es importante buscar una persona que pueda
enseñarnos a comportarnos con dignidad. Es necesario buscar un buen maestro.
Es una hermosa tarea dedicarnos a buscar esas
personas con las que podríamos entablar una verdadera amistad. Mejor aún es
poner todo el empeño en buscar esa
persona con la que podríamos vivir el amor.
En esa línea ha de situarse el esfuerzo por buscarte
a ti, que te presentas como nuestro maestro y nuestro amigo. Tú no ocultas tu
amor por nosotros. De hecho, nos pides amarnos unos a otros como tú nos has
amado.
Ahora bien, al igual que hiciste con María y con
Jesús, también a nosotros nos preguntas por qué te buscamos. Hay que saber cuál
es el objeto o la persona que buscamos. Pero es también importante aclarar el
motivo de la búsqueda.
Tú sabes que a lo largo de mi vida yo he tratado de
buscarte. Con todo, hoy quiero preguntarme con toda sinceridad si te he buscado
por amor o, por el contrario, te he
buscado por interés.
Ya sé que buscarte por seguir una costumbre social o
por satisfacer una necesidad personal no merece una condena. Pero sé también
que tu amor hasta la muerte se merece la entrega generosa de toda mi vida. Y no
deseo otra cosa.
José-Román Flecha Andrés