En un mundo marcado por el signo de
la prisa y de la eficacia a corto plazo, podemos caer en la tentación de
indiferencia. Corremos por la autopista y ya no tenemos tiempo para descubrir
el encanto o la pobreza de aquel pueblo escondido en un recodo del antiguo
camino. El Papa San Pablo VI nos exhortaba a estar ahí siendo diferentes. La
cercanía a los demás y el testimonio de un comportamiento diferente señalaban
el comienzo de la evangelización. Por su parte, el papa San Juan Pablo II, en
su escrito Salvifici doloris, sobre el dolor humano nos recordaba que la
actitud del Buen Samaritano es modélica para la Iglesia y para cada uno de los
cristianos. Situándose en la misma línea, en su primera encíclica Deus caritas
est, el Papa Benedicto XVI, nos dejó una expresión que habría de señalar el
estilo y más aún el profundo sentido de la caridad. Según el modelo del Buen
Samaritano, estamos llamados a ser “el corazón que ve” las miserias de este
mundo, se conmueve y presta una ayuda afectiva y efectiva, personal e
institucional. En estas páginas se recogen algunas breves reflexiones sobre en
los escenarios que se abren cada día a la observación y la compasión del
“corazón que ve”. Que ellas nos ayuden a retener esos momentos en los que hemos
podido ver al Señor en la vida de cada día.