EL REINO Y LOS ÁRBOLES
“Reconocerán
todos los árboles del campo que yo soy
el Señor, que humillo al árbol elevado y
exalto al humilde, hago secarse al árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el
Señor, lo he dicho y lo haré”. Este oráculo que nos trasmite el profeta
Ezequiel (Ez 17,22-24) habla de Dios y del hombre.
Dios es el
Señor. Él es la fuente de la vida. De su voluntad depende la suerte de los
pueblos. A pesar de todas las apariencias, su palabra permanece en el tiempo.
Y el hombre hará
bien en no creerse autosuficiente. El orgullo humano es totalmente ridículo.Una
carástrofe, una pandemia o una revolución pueden alterar toda su vida.
Con el salmo
responsorial proclamamos una convicción que debería ser sincera: “Es bueno darte gracias, Señor (Sal 91).
Con san Pablo manifestamos que somos peregrinos y estamos de paso. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor (2 Cor 5,9).
LAS TENTACIONES
• En la primera el reino de Dios se compara
con un hombre que echa la simiente en la tierra y se se vuelve a su casa. Mientras
él hace su vida normal, la semilla germina y va creciendo por sí sola hasta producir
la espiga y el fruto. Esta imagen ridiculiza nuestra soberbia y nos exhorta a
la humildad. Hacemos lo que nos corresponde, pero el crecimieto del Reino de
Dios no depende de nuestros proyectos o cavilaciones.
• En la segunda parábola Jesús se refiere a la semilla de la mostaza. A pesar de su pequeñez, crece y llega a convertirse en un árbol, en el que los pájaros pueden armar sus nidos. Así es el Reino de Dios. Esta segunda parábola ridiculiza nuestra aprensión y nuestros temores al ver que nuestras iniciativas son tan insignificantes. Nuestro desaliento debe ser superado por la confianza en Dios que da el crecimiento a nuestros proyectos.
LOS NIDOS
Hemos sido llamados
a vivir en esperanza. Y la esperanza tiene mucho que ver con el caminar, como
ya sugería san Isidoro. Contra la virtud de la esperanza surgen dos
tentaciones.
La parábola de
la semilla refleja la primera tentación: la presunción que alimenta nuestro
orgullo. Nos lleva a pensar que somos nosotros los que damos la fuerza a la
semila. Olvidamos que ella da el futo por sí misma.
La parábola del
grano de mostaza alude a la segunda tentación: la desesperanza que genera
nuestro desaliento. Nos lleva a pensar que nuestras sencillas acciones y
palabras nunca podrán crecer y ofrecer apoyo a los que lo necesitan. Olvidamos
que la semilla del Evangelio no es aparatosa.
Ezequiel habla de los altos cedros en los que
anidan las aves. Jesús alude también a los nidos de los pájaros que pueden
encontrarse en las ramas más humildes de la mostaza. Los hijos de Dios pueden
encontrar cobijo en el árbol que Dios les ofrece. El tamaño del árbol importa
menos que la providencia del Dios que cuida de nosotros.
- Padre nuestro que estás en el cielo, reconocemos que tu misericordia supera nuestras posibilidades y remedia nuestros temores. Te damos gracias porque nos acoges y nos invitas a confiar en la fuerza y la gracia de tu Reino. Bendito seas por siempre, Señor.
José-Román Flecha Andrés