EL PROFETA RECHAZADO
“Antes de formarte en el vientre te escogí…Te he
nombrado profeta de los gentiles…No les tengas miedo…Lucharán contra ti, pero
no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”. En este oráculo del Señor
encuentra su fundamento en la vocación del profeta Jeremías (Jer 1,4-5.17-19).
Su misión no brota de una decisión personal, sino que
se debe a la elección gratuita por parte
de Dios. A la elección sigue el envío para anunciar la palabra de Dios a los
paganos. Y el envío es sostenido por una protección continua de Dios. Elección,
misión y protección. He ahí los tres tiempos que articulan la vocación del
profeta.
¿Será posible que también nosotros descubramos esos
tres momentos de la presencia de Dios en nuestra vida? En ese camino se
encuentran quienes buscan un sentido para su vida y luchan por una sociedad más
justa.
Con razón pueden cantar con el salmo: “Tú, Dios mío,
fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud” (Sal 70,5). De él
esperamos ese don del amor que san Pablo nos expone en la segunda lectura de
hoy (1 Cor 12,31 -13,13).
EL PROFETA DE LA MISERICORDIA
El evangelio que hoy se proclama nos lleva de nuevo a
la sinagoga de Nazaret. Y a leer un
texto del libro de Isaías, Jesus añade: “Hoy se cumple esta Escritura que
acabáis de oír” (Lc 4,21). Se suele decir que, admirando las palabras llenas de
gracia que salían de sus labios, las gentes de su pueblo primero lo aceptaron,
aunque después lo rechazaron.
Pero tal vez hay que revisar esa traducción. Los
vecinos de su pueblo se escandalizaron porque
anunciaba un año de gracia universal. Jesús se arrogaba la misión de pregonar el
jubileo de la reconciliación, pero había omitido las palabras que en el texto
anunciaban la venganza de Dios contra los enemigos. Para él no habia enemigos
ni venganza.
Jesús se presentaba como el profeta de un Dios
misericordioso. Un Dios que acogía también a los extranjeros y a los paganos. Por
eso recordaba a Elías, que habia atendido a una viuda de las tierras de Sidón, y
a Eliseo, que había curado al leproso Naamán, llegado de Siria. El Dios de
Jesús superaba con su gracia las fronteras de los nacionalismos.
EL MENSAJERO DE LA PAZ
Pero las gentes de su aldea no podían aceptar que el
hijo de José les cambiara su idea de Dios. Así que lo consideraron como un
blasfemo. Y, según la Ley de Moisés, los blasfemos habían de ser castigados con
la muerte (Lev 24,16).
• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. El
evangelio pone en boca de Jesús este refrán. Él fue rechazado en el pueblo
donde se había criado y por las gentes con las que había convivido. También hoy
los pueblos cristianos rechazan su doctrina y hasta su nombre.
• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. A lo
largo de los tiempos, el refrán ha podido aplicarse a la Iglesia. También hoy
es perseguida la comunidad que trata de predicar la reconciliación entre las
gentes y las comunidades divididas y enfrentadas.
• “Ningún
profeta es bien mirado en su tierra”. Lo mismo ocurre también hoy con los
evangelizadores. Sus vecinos y parientes, por no aceptar el mensaje de la
gracia, rechazan a veces violentamente al mensajero que lo anuncia.
- Señor, Jesús, te reconocemos como el enviado de Dios
y el profeta de un Dios que nos llama a superar nuestras diferencias y a aceptar
con gratitud esa fe que nos abre a la universalidad. Queremos aceptarte como el
mensajero de la paz. Ayúdanos a ser fieles a tu evangelio a pesar de todas las
dificultades. Amén.
José-Román
Flecha Andrés