SANTIAGO
APÓSTOL
El nombre de Santiago (o Sant-Yago)
puede inducir a engaño a quienes ignoran su origen. En realidad, llevaba el
nombre de Jacob, tan antiguo como su pueblo.
Era hijo de Zebedeo y de Salomé. Y con
su hermano Juan fue llamado muy pronto al seguimiento de Jesús. Los dos
hermanos dejaron a su padre, la barca y las redes que eran su vida, allá en el
lago de Galilea, y siguieron a Jesús.
¿Por qué le siguieron con tan rápida
decisión? ¿Deseaban alcanzar el poder y la gloria? ¿Cuánto tiempo tardaron en
aprender que seguir al Maestro los llevaba a servir a los más humildes de la
tierra?
Ésas son algunas de las preguntas que
nos asaltan en la celebración de la fiesta de este “hijo del trueno”. Así
llamaba Jesús a estos dos hermanos, tan impulsivos.
LA GRANDEZA DE LA ENTREGA
El evangelio nos dice que Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, formaron
junto a Pedro el grupo de los discípulos predilectos de Jesús. Con él estaban
cuando resucitó a aquella niña, hija de Jairo. Con él estaban en el monte
cuando se transfiguró y les mostró su gloria. Y cerca de él estaría en la noche
dolorosa del Jardín de los Olivos.
Como se ve, habían tenido muchas oportunidades
para conocer el espíritu de su Maestro. Y, sin embargo, pretendían que Jesús
les concediera los puestos de mayor importancia en su reino. Jesús contestó a
su petición, preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz del dolor y
de la muerte que él mismo habría de apurar.
Jesús les hizo saber que en el reino
del Mesías la grandeza no se alcanzaba por el camino del poder, sino por el
de la
entrega de la propia vida al servicio de los demás (Mt 20,20-28).
Los dos hermanos respondieron, a su
vez, que estaban dispuestos a beber el cáliz de la amargura como su Maestro.
Pero sus pretensiones de grandeza reaparecen entre líneas en los textos
evangélicos. Sin embargo, andando el tiempo ambos habían de entregar la vida
por el evangelio.
El mensaje de Jesús era claro, pero no
era fácil de admitir. Nunca lo ha sido. A lo largo de los tiempos, los humanos
hemos luchado más por conseguir el poder que por ponerlo al servicio de los
pequeños y los desheredados. Lo habían gritado ya los profetas de Israel, pero
hacía falta que el Hijo del Hombre lo repitiera con sinceridad y coherencia para
que resultara de verdad escandaloso.
LA DIGNIDAD DE LOS SIERVOS
En la fiesta del apóstol Santiago es oportuno recordar el frescor de
aquel ideal evangélico. Ante las pretensiones de los hijos de Zebedeo, Jesús
tuvo que advertir a todos sus apóstoles sobre el sentido que el poder y la
grandeza tendrían en su reino. La grandeza no estaba en el dominio sobre los
demás, sino en el servicio a los demás (Mc 10,44). Ese es el espíritu del
evangelio.
• “El que quiera ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor”. No se trata de condenar el razonable
empeño de crecer y madurar. Pero es preciso reconocer que la grandeza no radica
en el “tener” sino en el “ser”. No es grande quien aplasta y avasalla a los
demás, sino quien sabe vivir desviviéndose por los otros.
• “El que quiera ser primero entre
vosotros, que sea vuestro esclavo”. No
se trata de arrancar el legítimo deseo de superarse y avanzar en la carrera.
Pero es preciso confesar que las prioridades verdaderamente humanas no se miden
por las vidas aniquiladas, sino por las vidas tuteladas. No es el primero el
que mata, sino el que ayuda a vivir.
- Señor Jesús, sabemos que tú no has
venido al mundo para ser servido, sino para servir y dar tu vida en rescate por
muchos. Ayúdanos a participar de tu humildad. Y concédenos esa dignidad
escandalosa de continuar tu servicio a los aplastados y a los débiles. Amén.