martes, 24 de julio de 2018

REFLEXIÓN- FIESTA DE SANTIAGO APOSTOL . 25 de julio

  
SANTIAGO APÓSTOL 
El nombre de Santiago (o Sant-Yago) puede inducir a engaño a quienes ignoran su origen. En realidad, llevaba el nombre de Jacob, tan antiguo como su pueblo.
Era hijo de Zebedeo y de Salomé. Y con su hermano Juan fue llamado muy pronto al seguimiento de Jesús. Los dos hermanos dejaron a su padre, la barca y las redes que eran su vida, allá en el lago de Galilea, y siguieron a Jesús.
¿Por qué le siguieron con tan rápida decisión? ¿Deseaban alcanzar el poder y la gloria? ¿Cuánto tiempo tardaron en aprender que seguir al Maestro los llevaba a servir a los más humildes de la tierra?
Ésas son algunas de las preguntas que nos asaltan en la celebración de la fiesta de este “hijo del trueno”. Así llamaba Jesús a estos dos hermanos, tan impulsivos.

LA GRANDEZA DE LA ENTREGA

  El evangelio nos dice que Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, formaron junto a Pedro el grupo de los discípulos predilectos de Jesús. Con él estaban cuando resucitó a aquella niña, hija de Jairo. Con él estaban en el monte cuando se transfiguró y les mostró su gloria. Y cerca de él estaría en la noche dolorosa del Jardín de los Olivos.
 Como se ve, habían tenido muchas oportunidades para conocer el espíritu de su Maestro. Y, sin embargo, pretendían que Jesús les concediera los puestos de mayor importancia en su reino. Jesús contestó a su petición, preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz del dolor y de la muerte que él mismo habría de apurar.
Jesús les hizo saber que en el reino del Mesías la grandeza no se alcanzaba por el camino del poder, sino por el de  la  entrega de la propia vida al servicio de los demás (Mt 20,20-28).
Los dos hermanos respondieron, a su vez, que estaban dispuestos a beber el cáliz de la amargura como su Maestro. Pero sus pretensiones de grandeza reaparecen entre líneas en los textos evangélicos. Sin embargo, andando el tiempo ambos habían de entregar la vida por el evangelio.
El mensaje de Jesús era claro, pero no era fácil de admitir. Nunca lo ha sido. A lo largo de los tiempos, los humanos hemos luchado más por conseguir el poder que por ponerlo al servicio de los pequeños y los desheredados. Lo habían gritado ya los profetas de Israel, pero hacía falta que el Hijo del Hombre lo repitiera con sinceridad y coherencia para que resultara de verdad escandaloso.

LA DIGNIDAD DE LOS SIERVOS

  En la fiesta del apóstol Santiago es oportuno recordar el frescor de aquel ideal evangélico. Ante las pretensiones de los hijos de Zebedeo, Jesús tuvo que advertir a todos sus apóstoles sobre el sentido que el poder y la grandeza tendrían en su reino. La grandeza no estaba en el dominio sobre los demás, sino en el servicio a los demás (Mc 10,44). Ese es el espíritu del evangelio.
• “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. No se trata de condenar el razonable empeño de crecer y madurar. Pero es preciso reconocer que la grandeza no radica en el “tener” sino en el “ser”. No es grande quien aplasta y avasalla a los demás, sino quien sabe vivir desviviéndose por los otros.
• “El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”.  No se trata de arrancar el legítimo deseo de superarse y avanzar en la carrera. Pero es preciso confesar que las prioridades verdaderamente humanas no se miden por las vidas aniquiladas, sino por las vidas tuteladas. No es el primero el que mata, sino el que ayuda a vivir.
- Señor Jesús, sabemos que tú no has venido al mundo para ser servido, sino para servir y dar tu vida en rescate por muchos. Ayúdanos a participar de tu humildad. Y concédenos esa dignidad escandalosa de continuar tu servicio a los aplastados y a los débiles. Amén.
                                                                        José-Román Flecha Andrés