POBLACIÓN Y PROCREACIÓN
La preocupación moderna
por el crecimiento demográfico de la humanidad se remonta a Thomas Malthus. Según él, “si no se pone
obstáculos a su crecimiento, la población aumenta en progresión geométrica, mientras
los alimentos lo hacen en progresión aritmética”.
Las predicciones de
Malthus no se han realizado como él las preveía. El
aumento de los medios de producción y consumo se une a la disminución de
la población en los países desarrollados, aunque la población aumenta todavía
en las sociedades más pobres.
En 1965, el Concilio
Vaticano II evocaba así las actitudes que dificultan la apertura a la vida: "El
amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y
los usos ilícitos contra la generación. Por otra parte, la actual situación
económica, socio-psicológica y civil son origen de fuertes perturbaciones para
la familia. En determinadas regiones del universo, finalmente, se observan con
preocupación los problemas nacidos del incremento demográfico. Todo lo cual
suscita angustia en las conciencias" (GS 47).
El problema era evidente, pero diversos
motivos indujeron a Pablo VI a retirar
el tema de la discusión en el aula conciliar. Había que oír otras voces,
especialmente las de la comision creada por Juan XXIII para el estudio de esta
cuestión
Teniendo en cuenta los
informes contrastantes de aquella comisión, Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968
su encíclica Humanae vitae. En
ella recordaba que el deber de transmitir la vida humana es para los esposos,
colaboradores libres y responsables de Dios Creador, fuente de grandes alegrías,
a veces acompañadas de dificultades y angustias.
Si este deber ha planteado
siempre serios problemas en la conciencia de los cónyuges, los cambios
acaecidos en la sociedad han planteado nuevas cuestiones que la Iglesia no
puede ignorar por referirse a la vida y la felicidad de los hombres (HV
1).
Entre esos cambios, menciona
el Papa el rápido desarrollo demográfico, que genera el temor de que la
población aumente más rápidamente que las reservas de que dispone. Este temor incita
a los gobiernos a adoptar algunas
medidas radicales.
Además, las condiciones de
trabajo y de vivienda, el aumento de los
gastos en la crianza y en la educación
dificultan el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos.
Por otra parte, es evidente
el nuevo papel de la mujer en la sociedad, en la valoración del amor conyugal y
en el aprecio de la intimidad conyugal.
Finalmente, el hombre puede
gestionar mejor el dominio racional de las fuerzas de la naturaleza con
relación al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y aun a las leyes que
regulan la transmisión de la vida (HV 2).
He ahí los motivos de aquella
encíclica profética, publicada hace cincuenta años, que requiere hoy un
análisis más sereno.