martes, 31 de julio de 2018

CADA DÍA SU AFÁN 4 del agosto de 2018

                           
  POBLACIÓN Y PROCREACIÓN
La preocupación moderna por el crecimiento demográfico de la humanidad se remonta  a Thomas Malthus. Según él, “si no se pone obstáculos a su crecimiento, la población aumenta en progresión geométrica, mientras los alimentos lo hacen en progresión aritmética”.
Las predicciones de Malthus no se han realizado como él las preveía.  El  aumento de los medios de producción y consumo se une a la disminución de la población en los países desarrollados, aunque la población aumenta todavía en las sociedades más pobres.
En 1965, el Concilio Vaticano II evocaba así las actitudes que dificultan la apertura a la vida: "El amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación. Por otra parte, la actual situación económica, socio-psicológica y civil son origen de fuertes perturbaciones para la familia. En determinadas regiones del universo, finalmente, se observan con preocupación los problemas nacidos del incremento demográfico. Todo lo cual suscita angustia en las conciencias" (GS 47).
 El problema era evidente, pero diversos motivos indujeron a  Pablo VI a retirar el tema de la discusión en el aula conciliar. Había que oír otras voces, especialmente las de la comision creada por Juan XXIII para el estudio de esta cuestión
Teniendo en cuenta los informes contrastantes de aquella comisión, Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968 su encíclica Humanae vitae.  En ella recordaba que el deber de transmitir la vida humana es para los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios Creador, fuente de grandes alegrías, a veces acompañadas de dificultades y angustias. 
Si este deber ha planteado siempre serios problemas en la conciencia de los cónyuges, los cambios acaecidos en la sociedad han planteado nuevas cuestiones que la Iglesia no puede ignorar por referirse a la vida y la felicidad de los hombres (HV 1). 
Entre esos cambios, menciona el Papa el rápido desarrollo demográfico, que genera el temor de que la población aumente más rápidamente que las reservas de que dispone. Este temor incita a los gobiernos a  adoptar algunas medidas radicales.
Además, las condiciones de trabajo y de vivienda,  el aumento de los gastos en la crianza y en la  educación dificultan el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos.
Por otra parte, es evidente el nuevo papel de la mujer en la sociedad, en la valoración del amor conyugal y en el aprecio de la intimidad conyugal.
Finalmente, el hombre puede gestionar mejor el dominio racional de las fuerzas de la naturaleza con relación al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y aun a las leyes que regulan la transmisión de la vida (HV 2). 
He ahí los motivos de aquella encíclica profética, publicada hace cincuenta años, que requiere hoy un análisis más sereno.    
                                                                  José-Román Flecha Andrés