EL FRUTO DE LA CONVERSIÓN
“Aquel día brotará un renuevo del tronco de
Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del
Señor”. Con estas brillantes promesas
(Is 11,1-2), el profeta Isaías anuncia el nacimiento de un descendiente de
Jesé, el padre del rey David.
Es
éste un mensaje de esperanza para los que conocieron el esplendor de aquel
reinado. Es también un mensaje de confianza, puesto que sobre ese heredero
derramará el Señor sus dones. Y es un mensaje de paz: una paz cósmica que
abarca a toda la naturaleza. Hasta las fieras salvajes serán amigables con los
hombres.
No
es extraño que el salmo responsorial se haga eco de los mejores anhelos de la
humanidad: “Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente”
(Sal 71,7). El consuelo que dan las Escrituras junto con nuestra paciencia nos
ayudarán a mantener la esperanza. Así lo dice san Pablo a los Romanos (Rom
15,4). Buena lección para el Adviento.
LA
EXHORTACIÓN
Ya sabemos que durante esta primera etapa del
Adviento nos acompañan Isaías y Juan el Bautista. Juan se presenta en el
desierto de Judá. Su atuendo recuerda la figura del profeta Elías. Y sus
palabras son el eco de un profeta anónimo que invitaba al pueblo a retornar del
exilio por las nuevas calzadas que Dios le preparaba. Ahora el retorno será
espiritual.
•
“Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. El hebreo no pronuncia
el nombre inefable de Dios. Usa el continente en lugar del contenido. Al
anunciar la llegada del reino de Dios se proclama la cercanía del Dios del
reino. Una cercanía que no puede dejar indiferentes a los hombres. Convertirse
significa revisar los valores personales y sociales.
•
“Dad el fruto que pide la conversión”. Pero revisar los valores no es sólo un
ejercicio intelectual o económico. El profeta pide a las gentes que den los
frutos que se espera de todos los que escuchan la llamada. No valen disculpas.
El antiguo linaje del que descendemos no depende de nosotros. Pero nos
compromete el futuro de justicia que hemos de construir.
Y
LA PROMESA
El
Bautista se considera a sí mismo un pregonero enviado por Dios. ¡Nada menos y
nada más! Él anuncia con valentía la salvación, pero bien sabe que no es el
Salvador.
•
“El que viene detrás de mí puede más que yo”. La debilidad con que aparece el
Mesías no ha de inducirnos a engaño. Él viene a nosotros con un poder que deja
en ridículo las pretensiones y los poderes de los hombres y de sus
instituciones.
•
“Yo no perezco ni llevarle las sandalias”. El verdadero profeta nunca puede
alardear de nada. El mensajero no es dueño del mensaje. Un evangelizador que no
es humilde revela bien a las claras con su vanagloria la mentira de su misión.
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“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El viento y el fuego son fuerzas
benéficas. Pero si nos arrastran y nos incendian pueden terminar con nuestra
casa y con nuestra vida. El Bautista sabe que el viento y el fuego de Dios nos
purifican cada día.
•
“El tiene el bieldo en la mano”. El bieldo era usado por los labradores para
aventar la paja y separarla del grano. La venida del Señor descubrirá nuestra
falsedad y revelará lo inútil y lo valioso de nuestras intenciones y de nuestro
esfuerzo.
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Señor Jesús, esperamos tu venida y la anunciamos con esperanza. Purifica tú
nuestro corazón y llámanos cada día a la conversión.¡Ven, Señor Jesús!
José-Román Flecha Andrés