AGRACIADA COMO NADIE
Esta próxima semana
celebraremos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Con ese motivo,
recordamos con gusto las palabras que predicaba santo Tomás de Villanueva: “La
Bienaventurada Virgen fue exceptuada de la maldición de la mujer porque se
había pronunciado antes aquella promesa: ‘ella quebrantará tu cabeza’ (Gen 3,15). ¿Cómo pudo ni por un momento ser
cautiva de aquella cuya cabeza humilló? No se puede oír esto, no lo toleran las
almas piadosas”.
En
efecto, la figura de la Inmaculada Concepción de María entró con fuerza en la
religiosidad popular. Los pobres, las monjas que responden desde el torno y los
penitentes que se acercan al confesonario han saludado durante siglos con la
invocación “Ave, María Purísima”, a la que se responde: “Sin pecado concebida”.
Pero
en su figura se han fijado también los pintores y escultores del barroco. Hoy
sigue inspirando obras muy notables esta joven mujer coronada por doce
estrellas, que pisa a la serpiente mientras descansa sobre la luna.
También la literatura ha recogido el desafío. A finales
del siglo XVI, el carmelita Pedro de Padilla publicaba dos libros de poemas dedicados
a María. A él debemos unos versos que han sido incorporados modernamente en la
Liturgia de las Horas:
“Ninguno
del ser humano como vos se pudo ver, que a otros les dejan caer y después les
dan la mano. Mas vos, Virgen, no caíste como los otros cayeron, que siempre la
mano os dieron con que preservada fuiste”.
En
1854 el beato papa Pío IX proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción de María y afirmaba que numerosos
Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el libro del
Génesis a la madre de Cristo, María. Ella es la "nueva Eva".
En
el prefacio de la misa, damos gracias al Señor por ese privilegio que anticipa
nuestra propia fidelidad a los dones de Dios: “Porque
preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la
plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la
Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima
había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el
pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de
gracia y ejemplo de santidad”.
La
aureola de María se refleja en las doce estrellas de la bandera de la Comunidad
Europea. Sus padres fundadores, cristianos practicantes como eran, se inspiraron
para diseñarla en la vidriera que se encuentra en el ábside de la catedral de
Estrasburgo.
María es la metáfora del nuevo pueblo de Dios.
El saludo del ángel la reconoce como la agraciada por el Señor. Sobre ella se
ha derramado el favor gratuito de Dios. Que ella interceda por nosotros.
José-Román Flecha Andrés