DE LA PEREGRINACIÓN
A LA CORRUPCIÓN
A LA CORRUPCIÓN
La convocatoria de un año jubilar sobre la misericordia ha sido
un regalo de Dios. La intuición –o la inspiración- del papa Francisco ha sido
un acierto. Muchas personas han redescubierto “el don” de la misericordia de
Dios, han invocado su perdón y han iniciado un camino de conversión.
Muchas otras personas han descubierto también “la tarea” de la
misericordia. Han recordado que las
obras de misericordia son el anticipo de las modernas iniciativas de
voluntariado. Y han aprendido a compaginar la exigencia de la misericordia con
el derecho a la justicia.
Ha sido interesante ver y oír a las personas que se preguntaban
cómo llevar a cabo las obras de misericordia en su ambiente concreto. Y ha sido
muy importante ver cómo muchos reflexionaban sobre el paso necesario y urgente
de los pecados estructurales a las necesarias estructuras de misericordia.
También ha sido importante volver la mirada hacia la puerta
santa. Ya la misma apertura de la primera puerta santa en la catedral de
Bangui, República Centroafricana, fue una auténtica novedad. Con un gesto tan
impensable como aquel, el papa Francisco no sólo apuntaba a lo esencial del rito, sino que
abría nuestros ojos a otros horizontes.
Y después, no podremos olvidar la nota sobre la peregrinación.
En la bula Misericordiae vultus, decía el papa Francisco: “En los años santos
siempre ha sido habitual la peregrinación a algún santuario. En este caso, la
meta de la peregrinación no sólo estará en Roma, sino también en la catedral de
cada iglesia local y en otros santuarios” (MV 14).
El Papa hacía de la peregrinación un signo cuasi-sacramental de
la conversión personal: “El signo característico de la peregrinación jubilar no
ha de ser el lugar, sino la decisión personal de no juzgar y no condenar a los
demás, y por el propósito de perdonar y darles lo mejor de nosotros mismos” (MV
14).
Esas cuatro actitudes sustituyen y orientan la
peregrinación local. Dos de ellas son aparentemente negativas:
no juzgar a los demás y no condenarlos. Las otras dos son decididamente
positivas: perdonar las injurias recibidas y compartir con los demás lo que
tenemos y lo que somos.
Esas cuatro actitudes no nacían de la proverbial creatividad del
papa Francisco. Estaban inspiradas por las mismas palabras de Jesús (Lc
6,37-38). No era ociosa esa referencia al evangelio. Con ella se nos indicaba
que la peregrinación jubilar de la misericordia no puede tener fecha de
caducidad.
Tampoco puede ser olvidada la llamada papal a superar la
corrupción: “esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo, pues mina
desde sus fundamentos la vida personal y social” (MV 19). Sería deseable que al
menos esta llamada quedara como el mejor fruto de este Año Jubilar de la
Misericordia.
José-Román Flecha Andrés