LOS
MÉRITOS Y LA MISERIA
“El Señor es un Dios justo que no puede ser
parcial”. Así comienza el texto del libro del Eclesiástico, que se lee en la
celebración de la Eucaristía de este domingo (Eclo 35,12). Con frecuencia la
Biblia nos presenta a Dios por contraposición con las actitudes humanas que
vemos a nuestro alrededor. Así pues, Dios no es parcial como nosotros.
Su imparcialidad
se manifiesta sobre todo en la escucha. Dios presta atención a las súplicas de
los marginados y oprimidos, de los pobres y los enfermos. Hermosamente se nos
dice que “los gritos del pobre atraviesan las nubes”.
Con razón, el
salmo 33 nos invita a repetir como estribillo un eco de nuestra experiencia
histórica o, más bien, el testimonio de nuestra fe: “Si el afligido invoca al
Señor, él lo escucha”. San Pablo sabe que, aunque los hombres abandonen al
apóstol, el Señor seguirá librándolo de todo mal (2 Tim 4,18).
ORGULLO Y HUMILDAD
Sabemos que el
evangelio de Lucas insiste con frecuencia en la grandeza, la belleza y la
necesidad de la oración. El texto que se proclama este domingo se refiere tanto
a la oración de los hombres cuanto a la escucha con que Dios la acoge o la rechaza
(Lc 18,9-14).
Hay que orar con
humildad. Jesús expone esta idea con una
parábola en la que, una vez más, se contraponen dos personajes y dos actitudes.
Ambos acuden al templo. Ambos hacen oración. Pero ¡qué diferencia entre uno y
otro!
• En primer lugar,
aparece un fariseo. Presenta a Dios sus méritos. Cumple fielmente la Ley y va
más allá de lo prescrito. Da gracias a Dios, pero piensa que Dios tiene que
estarle agradecido a él. Y su orgullo ante Dios lo lleva a despreciar a los
hijos de Dios. Él se ve a sí mismo como el modelo de la santidad. A todos los
demás los considera como pecadores.
• En contraste,
aparece un publicano, un cobrador de impuestos. Solo puede presentar su miseria
ante Dios. No puede contar con méritos
propios. Él se percibe a sí mismo como un pecador. Es despreciado por los
hombres, así que solo puede contar con la misericordia de Dios. Su humildad es
asombrosa.
LA SUBIDA Y LA
BAJADA
La subida a la
casa de la oración une a dos creyentes. Su oración refleja la imagen que ambos
tienen de Dios y de sí mismos. Dios no puede escuchar a los dos del mismo modo.
Así que la bajada del templo revela su silueta humana y religiosa. Así lo dice
Jesús:
• “El publicano
bajó a su casa justificado y el fariseo no”. Dios es el único Justo. Es
compasivo y misericordioso. Así que solo puede participar de su “justicia” y
santidad quien está dispuesto a reconocerlo a él como la fuente de la
gracia.
• “El que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Esta idea responde
a la experiencia humana. Ya se reflejaba en los Proverbios. Pero el seguidor
del Mesías Jesús sabe que en él se ha hecho evidente ese cambio.
- Padre de los
Cielos, tú conoces nuestras obras y también nuestras intenciones. Sabemos que
no podemos atribuirnos mérito alguno en tu presencia. Perdona nuestra
arrogancia y ayúdanos a presentarnos ante tí con la desnuda verdad de nuestra
vida. Por Jesucristo nuestro Señor, que se ha humillado hasta morir en una
cruz. Amén.
José-Román
Flecha Andrés