“El Señor perdona tu pecado. No morirás”
(2 Sam 12,13). Este texto nos remite a un inolvidable drama en cuatro tiempos.
La primera escena nos recuerda el doble pecado de David: adulterio y asesinato.
La segunda escena recoge la parábola que le cuenta el profeta, la confesión
arrepentida del rey y la certeza del perdón de Dios, que le transmite
Natán.
Con frecuencia
pensamos que el Antiguo Testamento nos presenta un Dios vengativo, cuando la verdad es que él mismo se revela como un
Dios compasivo y misericordioso. Como las ideas se quedan en las nubes, los
textos de la Primera Alianza nos presentan numerosos iconos humanos que
reflejan la bondad divina.
El icono del rey David, pecador e interpelado,
arrepentido y perdonado, nos representa a todos. Nuentro pasado, nuestro
presente y nuestro futuro. Es decir, la memoria de nuestras faltas. La
necesidad de escuchar las exhortaciones a la conversión que recibimos todos los
dias. Y el horizonte de perdón y de gracia que Dios abre ante nuestros ojos.
EL DESDÉN Y LA GRATITUD
El domingo pasado comenzamos a leer la carta de san
Pablo a los Gálatas. En el texto que hoy se proclama (Gál 2,16-19.21) se repite
hasta tres veces que el hombre no se
justifica por cumplir la Ley de Moisés, sino por creer en Cristo Jesús. Con
razón puede exclamar el Apóstol: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quen vive
en mí”.
El que ha sido
justificado ha sido rescatado del pecado, ha sido perdonado, ha sido hecho
justo. Este don no podemos conseguirlo con nuestras propias fuerzas. Ni
siquiera por el cumplimiento de las normas de la Ley. La justificación es
totalmente gratuita. No se compra ni siquiera con el amor. Es la gracia de Dios
la que nos ayuda a amarle como se debe.
De la Ley y del amor nos habla el texto evangélico de
hoy. Por un lado están los fariseos como Simón. Ellos se consideran como exactos cumplidores de la
Ley. Eso les basta, puesto que piensan que no tienen nada que agradecer a Dios.
Ante Jesús solo sienten curiosidad y desdén.
Por el otro lado hay una mujer pecadora. Ella piensa que nada la
justifica ante Dios. Ha recibido su perdón en gratuidad. Por eso lo agradece
con gestos que revelan su amor y su
gratitud.
GESTOS Y
VALORES
Hay un fuerte contraste entre el fariseo que ha
invitado a Jesús a comer con él y la mujer que, sin ser invitada al banquete, llega
hasta Jesús para realizar los signos de su veneración. Así lo constata Jesús,
subrayando tres gestos con tres palabras clave. He ahí tres valores con
frecuencia olvidados en nuestra cultura.
• El agua para los pies. Un signo imprescindible ante
el huésped que llega de camino. Con él se refleja el valor de la hospitalidad
que ha de sustituir a la indiferencia actual.
• El beso de acogida. El saludo habitual que sella el
encuentro de la amistad. Con él se nos invita hoy a recuperar el valor de la
confianza entre los hermanos.
• La unción. Con
ella se acompañaba el rito de la consagración de los elegidos. Con este signo
se expresa hoy la necesidad de reconocer el honor debido a la persona.
- Señor Jesús, tú
nos recuerdas que sólo quien se sabe perdonado es capaz de mostrar amor. No
permitas que caigamos en la mentira de considerarnos perfectos. Todos
necesitamos el don de tu misericordia. Bendito seas, Señor.
José-Román
Flecha Andrés